Casa de mi tío
10:00 am
Domingo, 26 de septiembre de 2010
Los perros empezaron a ladrar. Me encontraba en el exterior de aquella típica masía acompañado con un bastón que recolecté del suelo hace años. No hay demasiado movimiento en aquel sitio, y el poco que hay los perros lo perciben. Decidí pasar por detrás de la casa, un rincón casi inhóspito con solo la presencia de viejas piezas de cerámica en el suelo y algunas chapas de botellas de refresco que quedaron ahí esperando a que alguien las recogiera.
Como suele pasarme en aquel sitio, uno se dirige allí con un objetivo pero la cantidad de objetos en el suelo hacen que te distraigas y finalmente olvides el porqué de visitar aquel lugar. El pato mudo, encerrado en aquella pequeña verja, no me recordó nada. De aquí su nombre. No obstante, con su carismático movimiento de cuello señalando hacia adelante, hizo que me acordara que tenía que seguir recto, pues los perros seguían ladrando como posesos.
Seguí caminando. Las hierbas que seguían un pequeño espacio de vegetación. Estaban mojadas. Si pasaba por allí, mis zapatillas ya algo abiertas dejarían entrar el agua en el interior y mis calcetines lo notarían. Mala idea. Constipado seguro. En cambio, el campo de la izquierda, que más bien parecía un huerto, era una buena alternativa para seguir caminando. La tierra no estaba lo suficiente mojada como para quedar pegado al barro y lo máximo que podía pasarme es que me ensuciara las zapatillas y tuviera que limpiarlas después. Riesgo aceptable. Quién sabe lo que podría estar pasando para que los perros ladraron tanto.
Y, de repente, cerca del campo, vi algo en el suelo que me llamó la atención. Me acerqué. Era una pieza pequeña y redonda, de un color gris, medio enterrado en el suelo. Lo capturé y sin demasiado esfuerzo salió a la superficie. Parecía una moneda, más o menos del tamaño de un euro o de una moneda de cincuenta céntimos, aunque era demasiado delgada. Pensé que sería una de las antiguas pesetas.
Me acerqué a la cocina de la masía y ya ni me acordé de por qué los perros ladraron. Quizá el fenómeno Glee ha traspasado fronteras y ha entrado ya en el mundo animal... Quién sabe.
Limpié la moneda ligeramente, con cuidado, que no se estropeara. Lo primero que vi fue un grabado de lo que parecía una mujer de perfil. Seguí limpiando. La otra cara de la moneda era la que estaba más sucia y estaba más oscura. Con un palillo intenté quitarle el barro apegado. Parecía ser una moneda de plata.