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Algo que contar
por Fred Schmidt
Un sueño realizado
 
 

Desde el tiempo de mis estudios en la universidad de Köln (Colonia), Alemania, Santiago de Compostela y los caminos en los que los peregrinos  se aventuran, me han fascinado y atraído. No es que fuera un creyente cristiano que quería lanzarme en un largo peregrinaje para cumplir un deber religioso y merecer el respeto y el amor del Señor o de sus representantes aquí abajo. Como era estudiante de filología romana, pero orientada a la lengua, literatura y cultura francesas, tropecé  a menudo con los lugares, impresionantes testigos del pasado, que jalonan los diversos caminos  que atraviesan Francia desde Vezelay, Le Puy y Arles, y que se unen en Saint-Jean-Pied-de-Port en los Pireneos para cruzar la montaña en dirección a Roncesvalles. Eran estos testigos de una cultura pasada que me interesaba.

Durante mis años universitarios y también después, cuando trabajaba como profesor de lenguas, nunca tenía bastante tiempo para emprender un peregrinaje a pie de mi ciudad de Köln hasta Santiago de Compostela. (Y sin embargo Colonia, hubiera sido un excelente punto de partida  porque esta ciudad es igualmente importante como destino de peregrinajes, por causa de los restos y las coronas de los Reyes Magos que se encuentran en un relicario de su catedral). Miles de peregrinos empezaron a llegar a Colonia, lo que propició que en 1248 se iniciara la construcción de la catedral de Colonia, que llevaría más de 600 años terminarla. Hoy día, es uno de los monumentos góticos más impresionantes de Europa. Colonia se ha convertido junto con Roma y Santiago de Compostela en uno de los grandes centros de peregrinación.

Por ende, como verdadero romanista, recorrí en coche todos los caminos franceses y también diversos trechos en España, visitando sitios célebres como por ejemplo Limoges, Périgueux, Conques, Arles, Rocesvalles, Puente de Reina y Burgos con sus impresionantes catedrales y monasterios pero, sin jamás llegar a Santiago de Compostela.

Hace veinticinco años me encontraba en Saint-Jean-Pied-de-Port, donde estaba acampado con mi furgoneta VW, y paseando por la pequeña ciudad por la tarde, vi a un hombre macizo, alto y ancho de hombro, un hombre tanto más impresionante porque llevaba una barba negra y en su cabeza el sombrero típico del peregrino de Santiago de Compostela. Como lo miré con sorpresa y interés, me abordó, preguntándome si, por casualidad, era Bill, el americano a quién estaba esperando.

 
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