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Algo que contar
por Fred Schmidt
Un sueño realizado
 
 

Por supuesto, yo no era Bill. El barbudo me contó que era australiano,  que con su esposa española organizaba cada año un peregrinaje de dos meses de Saint-Jean-Pied-de-Port a Santiago de Compostela.

Esta vez participaron una docena de personas de diversos países con quienes tendría un mitin aquella noche en la casa “Des amis de Saint Jacques“(los amigos de Santiago), una organización  francesa que se ocupa de los peregrinos, aconsejándolos y ayudándolos. Todavía faltaba el americano Bill, quién por cierto, llegó cuando el australiano y yo estábamos conversando. Tomamos juntos unas cañas y el barbudo me invitó a asistir al mitin. Así conocí a todo el grupo: dos parejas inglesas, algunos estudiantes holandeses y belgas, tres alemanes y el americano.

Partieron la mañana siguiente y yo los acompañé por esta primera etapa que nos llevó al monasterio de Roncesvalles, a través la montaña. Pasamos por el paso de Roncesvalles rodeados por rocas y bosques tupidos entre los que era difícil hallar el camino que desapareció de vez en vez. Este era el lugar donde, según la epopeya francesa, el “Cantar de Roldán”, Roldán sonó su cuerno para pedir socorro a Carlomagno y su ejército cuando fue atacado y masacrado por los moros mientras que, en realidad, fue matado por los Vascones en la batalla de Roncesvalles en el año 778.

Finalmente, llegamos al monasterio. Un monje acogió al grupo, para enseñarles el comedor y su dormitorio. Me despedí de cada uno para volver a Saint-Jean-Pied-de-Port haciendo autoestop, muy satisfecho de haber caminado un trecho del famoso camino de Santiago de Compostela.

Este trecho ha quedado como el único que caminé una vez. Cuando después de mi jubilación tuve  todo el tiempo del mundo para el peregrinaje, necesité una operación de la articulación de la cadera derecha que me impedía caminar largas distancias. Pero mi pasión por los caminos de Santiago continuaba.

En 1997, mi mujer y yo compramos una casa, vieja de trescientos años, en un pequeño pueblo de la Alta Provenza en el sur de Francia y para siempre dimos la espalda a Colonia. Lo que no sabíamos en aquel momento es que este pueblo, que se llama Thèze, volvería a relacionarme con los caminos hacia Santiago de Compostela. En efecto, Thèze se encuentra en la “Via Domitia”, un camino romano del que la construcción fue empezada en el año 118 antes de Cristo, para conectar Roma con la Península Ibérica, atravesando la Galia Narbonensis. Lleva el nombre del general romano Cneus Domitius Ahenobarbus, quien inició la construcción para permitir la circulación de las legiones y la protección de las ciudades romanas.

 
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