anterior
siguiente
Escritores
Magda R. Martín
 
 

      Releí las frases de amor, “...te amaré a través de los siglos...siempre”. Siempre..., hermosa y terrible palabra que obliga a cumplir. Reviví aquel lejano día de Junio cuando me acerqué a la colina para sentarme en el mismo lugar donde ahora me encontraba, viviendo otra vida en la que se me conocía con el nombre de Lucía. Comparé las diferentes épocas con total discernimiento. Hoy, la piel de mi cuerpo parcialmente descubierta, estaba tostada por el sol, y el viento alborotaba a su voluntad mi pelo corto. En el pasado, me cubría un vestido blanco que arrastraba una corta cola. El cuerpo, envuelto por un volante de encaje, sujetaba una amplia cinta azul oscuro ajustada al talle y un sombrero de ala ancha ocultaba el cabello recogido en un gran moño.  Recordé la playa solitaria, el sendero sinuoso, mi lento paso bajo el impedimento del largo vestido. Podía evocar mi desolación; el color del mar, a trozos azul, a trozos verde. Y oí de nuevo aquella voz que parecía surgir de las profundidades marinas... “Ven hacia mí y encontrarás el amor perdido... ". Bajé hacia la playa en busca de la promesa y me hundí en la frialdad del agua sin luchar por subir a la superficie. La pamela y las horquillas de mi peinado,  saltaron de mi cabello que se extendió entre las olas como los tentáculos de una medusa.

                                                           ----------------------

      —¡Luisa, Luisa!
      La voz de mi hermana Emma  me llamaba haciendo bocina con las manos. La oí gritar:
      —¡Tienes carta de España!

      De un salto, corrí sendero abajo. La antigua misiva escrita por Raúl  a Lucía hacía más de cien años, la arrebató el viento de mis manos y la vi alejarse, danzarina, por el espacio abierto. Sentí un pinchazo de tristeza cuando se ocultó a mi vista perdida en la lejanía; era una parte importante de una vida amada por mí, pero era una vida acabada. Necesitaba olvidarla, no obstante, la inquietud seguía latiendo en mi corazón. Haberla encontrado no era algo casual, sabía que contenía algún mensaje pendiente de aclaración.       Como una tromba entré en la casa. Cogí el sobre, lo rasgué con los dedos y extendí la carta para leerla, en ella,  Carlos me comunicaba la fecha de su llegada, nos casábamos en Inglaterra, estaba decidido, debía comenzar todos los preparativos. Con una alegría que se convirtió, poco a poco, en asombro, seguí la lectura. Sus últimas palabras despejaron, completamente, la incógnita de mi vida y comprendí la razón del encuentro de la antigua carta de Raúl. El destino al fin, completaba el ciclo. De  manera inusual en él,  Carlos, terminaba sus letras  con las siguientes palabras:

      “Hoy el día está hermoso. El viento mece las hojas de los árboles y los alhelíes despiden su dulce aroma, hay silencio en el camino y el cielo es de un azul intenso, como acostumbra a ser el cielo de Madrid en primavera. Querida mía. Te amaré a través de los siglos... siempre...”.

 
  menu 55