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Pensamientos y esperanzas
por Diana Ríos
Ustedes los machos y nosotras las hembras
 
 

—Buenos días. Discúlpame todo lo que sucedió ayer.
Él con su postura de que ya no lo haría más, como un niño arrepentido ante mí. Asegurándome que todo se olvidaría.
—Te juro por la virgencita de Guadalupe que todo pasará. Ya no tomaré más porque quiero que todo lo nuestro funcione.

Apenas escuché esas palabras, mi llanto salió una vez más, como una magdalena. El trató de abrazarme y consolarme, insistía en que jamás volvería a suceder. Me dijo:

—Rosita... Todos los matrimonios tienen sus problemas y el nuestro solo está pasando  por una  crisis.

Después  me ayudo a limpiar la casa y cantando me decía que iba a cocinar una gran comida. ¡No lo podía creer! Un día antes todo por lo que tuve que pasar y al día siguiente como si nada. Al fin tras el llanto, asomó una sonrisa, sin embargo una especie de dolor de estomago me ocasionaba  escuchar su voz diciéndome que todo estaba bien. Que ya no volvería a tomar, para que no sucediera más .

¡Bueno! Reconozco, que  ante esa luz de esperanza, comencé a tener la certeza que todo iría mejorando cada día. Una lluvia de pensamientos positivos surgía en mi mente.

¡Qué bueno, entonces valió la pena todo lo padecido! Aunque fue muy difícil para mí, creí que de ahí en más, ya no me maltrataría. Ya no tomaría… ¡Eso es!, todo lo causaba la bebida. Que el alcohol no había resultado más fuerte que su amor por mí...

Y así, poco a poco mis ojos hinchados iban volviendo a la normalidad y mi expresión iluminándose.

Cuando salí de mi casa, para comprar algunas cosas para la comida, traté de correr hacia el carro para que nadie me saludara. Me daba mucha vergüenza, pensaba que todos los que me encontraba habían escuchado el gran suceso de la noche.  No podía evitar mi expresión de horror ante la  mirada de la gente (¡casi podía asegurar que todo el mundo me miraba!), y al mismo tiempo sentía que  me señalaban y escuchaba: “esa es la señora que gritaba y que le decía cosas al marido y el marido la maltrataba”.

Era una vergüenza mirarlos a la cara. El disfrute del gran sitio se volvía en nada,  en ese momento hubiera querido vivir en la casa más alejada de la ciudad y sin nadie alrededor, ¡aún sin muebles! Cualquier cosa  era mejor que pasar por ese escándalo.

 
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