—¡TÚ... NI TE ATREVAS A LLORAR! ¡VETE A TU CUARTO! USTEDES DOS —ahora miraba a mis hijos mayores y con la misma severidad continué—, SI SE APAGA EL FUEGO, LO VUELVEN A ENCENDER... NO QUIERO QUE QUEDE NI UN TROZO ENTERO. ¡Y LLAMEN A SU PADRE YA MISMO! ¿ME HAN OÍDO? —Asintieron con la cabeza, mientras entraban veloces en la casa—. TÚ... —Le hablé a mi vecino en el mismo tono—, LLAMA A LA AMBULANCIA, EN CUALQUIER MOMENTO ME DESMAYARÉ... Y POR FAVOR, QUÉDATE CON LOS NIÑOS HASTA QUE VENGA MI ESPOSO —Asintió con la cabeza, sin decir palabra.
Volví a entrar y antes de desparramarme en el sillón a morir de dolor, le grité a mi hijo con la intención de que me oyera todo el mundo:
—¡RICKY, COGES TODOS LOS MALDITOS PAYASOS, SOBRE TODO A RONALD MC DONALD Y LOS TIRAS AL CONTENEDOR! ...Y NO QUIERO VOLVER A VER NI UNO SOLO EN ESTA CASA, NI EN FIGURITA!! ¿¿¿¿ME HAS OÍDO???? ¡...JAMÁS!
En la calle, seguían agolpándose los vecinos para ver la figura que yacía en el césped consumiéndose por el fuego. Tan solo quedaban un montón de brasas, entre las que se distinguía una cabeza con su boca desencajada en extraña mueca, mientras los observaba con su maléfica mirada a través de las llamas.
¿THE END...?
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