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Algo que contar
por Diana Ríos
Ustedes los machos y nosotras la hembras
 
 

Por esa ventana observaba a las señoras muy guapas,  de la mano de su marido y con sus hijos paseando. Algunas gozaban de una vida acomodada como yo y seguro que eran felices. Pero, ¿por qué pensaba en ello? ¿Por qué mi cara se fruncía de  repente y no entendía el motivo de tanta duda? A pesar de sentirme con tanta suerte, insistía en sentirme infeliz.

Recuerdo a la señora que nos ayudaba en el edificio. Una mujer de unos treinta y cinco anos, pelo corto negro, delgada  con su escoba y su trapeador, siempre sola, pero siempre riéndose. Con su buen ánimo me saludaba desde la planta baja, al verme a la ventana asomada. 

Sin embargo, yo cada vez más sombría, desolada y sin tener respuestas al por qué de mi abatimiento. El me quiere mucho me repetía,   tiene sus pequeños defectos como todos. Es un poco enojón, hasta gritón quizás, pero humano y  a veces me hace reír… Es agradable.

Yo debo sonreír, ¿pero por qué no sonrío más a menudo? Así me pasaba horas sumergida en mis cavilaciones.  Las luces de los postes que quedaban a las orillas de la avenida se prendían y ahí caía en la cuenta que ya había anochecido.  Mientras, yo seguía allí perdida en devaneos, sintiéndome vacía, con mi vista fija en la nada; soñando  con ese hombre que me sonriera y sedujera con palabras hermosas.

Otra vez, caía en la misma escena de todas las noches: mi esposo debe estar por llegar…, pero, ¿por qué no llega?  Nuevamente, la llamada a su teléfono:

—Hola, ¿ya vienes?
—Sí,  ya voy, ¡sólo deja que termine de trabajar!

Su papá tenía un negocio en el centro de la ciudad, un supermercado, y él estaba al frente del negocio. Pasaron  horas y nada, como siempre, yo deseando que él llegara. Le haré  otra llamada más, para que me recuerde y sepa que hay alguien que lo está esperando.

—Hola, no quiero resultar enfadosa, pero... ¿ya vienes?, ¡me siento sola!
—¡Sí, ya te dije que sí! Ya voy, solo me falta otro tiempo más.  Espérame ahorita llego con comida para los dos.

¡Qué lindo! ¿Verdad? Vendrá con comida para los dos.

Transcurrieron otras dos horas más, el silencio de la calle empezó a resaltar y yo pensando donde estaba. Tenía que llamarle otra vez.   ¿Y qué tal si en el camino le había pasado algo? Pero… ¿y  si se enoja? No voy a propiciar un enojo por insistente.

 
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