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Primopep
 
 

Los cosacos los habían estado hostigando durante todo el camino. Sembrando el desconcierto y mermando a las ya de por sí maltrechas tropas francesas. La guerra de guerrillas, aislándolos y exterminándolos. Apareciendo de improviso. Como avispas dispuestas a picar. Finalmente, el camino acababa ahí. Cualquier resistencia era ya inútil, pero no le dijo nada al muchacho.

—¿Aún quieres descansar? —le preguntó.
—Sí.
—Sentémonos aquí, uno al lado del otro.
—Pero siempre dijiste que si parábamos moriríamos de frío.
—Te engañaba para que siguieras andando. Además, sólo será un momento, lo suficiente para reponer fuerzas y luego seguiremos. ¿Vale?
—Vale.
—¿Te apetece comer algo?
—No, no tengo hambre.
—Yo tampoco.

Y se arrejuntaron en uno junto al otro, soltando los mosquetes, y el sueño pronto se apoderó de ellos. Lentamente. Cuando los cosacos por fin llegaron hasta ellos, tan sólo vieron dos cadáveres más, entre tantos otros.

Los dejaron tal y como estaban, sin saquearlos, sin detenerse, parecían tener prisa por dar con el resto de soldados franceses rezagados, no andaban lejos, aún podían verse sus huellas.

Se alejaron de allí al galope.

Sobre la vieja carretera de Smolensk, cubierta por la nieve.

 

FIN


 

ÁFRICA

Aquel primer día de clase, estaba yo sentado en un pupitre de la última fila del aula, esperando que llegase el maestro, cuando de repente entro ella. Era la chica más bonita de aquella clase, con diferencia. Con unos ojos oscuros y profundos.

 
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