Algo que contar:
Puñado de cenizas
 
 
Esos fueron días bravos de sobrellevar, para adaptarse rápidamente a esa nueva realidad mientras era testigo de la devastación emocional que sufría su madre. Pero Belisario, con inevitable resignación, decidió que debía seguir siempre adelante. Entonces, sin mucho tiempo para acomodarse, lo tomó mal parado la terrible etapa del golpe militar en su país, donde un tercio de sus amigos fue desaparecido por el único terrible pecado de repartir ropa entre los más pobres. Algo al parecer muy, pero muy comunista. Su servicio militar obligatorio también tuvo sus bemoles; de tiroteo en tiroteo contra pibes de su edad que decían ser parte de un movimiento de lucha que pretendía un cambio radical del orden y la implementación de un novel, aunque ingenuo, sistema  en el mundo que habitaban.
Pero también pudo salir de eso sin tener que pagar un sólo peso en terapia. No porque no la necesitara, sino porque en su tiempo los conflictos internos se arreglaban casi siempre tragando saliva, apretando los dientes y avanzando con firme determinación, sin mirar atrás, sin tanta mariconería.

Ahora sintió una ligera sacudida. A continuación, un leve movimiento pendular acompasado le indicó que por fin estaban en movimiento.

Más o menos por esa época, le iba a llegar lo más lindo de su vida cuando conoció a su compañera de viaje de allí en más. Eran tiempos muy duros por los cambios profundos que experimentaba la sociedad y por la inestabilidad general que se traducía en la dificultad para conseguir un empleo estable. Pero a fuerza de perseverancia, ahora por partida doble, pudieron salir a flote y hasta lograron construir una modesta casita con mucho trabajo y esfuerzo.
Mientras tanto, comenzaron a llegar los hijos y la joven familia empezaba a consolidarse como tal, palmo a palmo; cada noche con la dulce exhaución que sólo podía sentirse al saber que estaban haciendo las cosas bien.
Quizás por una jugarreta irónica del destino, un buen día a Belisario se le presentó una oportunidad similar a la de su padre, años antes. Nunca se le había cruzado por la mente abandonar su lugar, su trabajo, su familia y amigos. Pero nunca se lo había planteado, ni tampoco este lugar había tenido muchas oportunidades para ofrecerle, ni estabilidad, seguridad o capacidad de ahorro. Así que muchas fueron las noches de amplia ponderación a esta oportunidad junto a su esposa las que siguieron. De aceptar, ése era el momento justo, la edad justa, las circunstancias justas. Y aceptaron.
En el tiempo que llevó la realización de todos los trámites para poder viajar, Belisario y su mujer se dedicaron a vender todas las pertenencias materiales que habían podido acumular con gran sacrificio hasta ese momento. Compraron los pasajes y se despidieron sin mucho ruido de familiares, amigos y la vida, tal y como la habían conocido hasta ese momento.

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