Algo que contar:
Puñado de cenizas
 
 
Odiaba tener que distraerlos de sus vidas llenas de nuevas importantes responsabilidades.Pero por suerte la cosa iba a ser breve, y aceptó esa vuelta final de su colorido destino con más ansia que temor.
Sus últimos días fueron una recreación mental continua de toda su vida. Le encantaba revivir el camino recorrido y los logros alcanzados, que a sus ojos se agigantaban cada vez más de puro orgullo. Ingenuo y soñador, siempre le habían gustado los cuentos con final feliz. Sólo una cosa le impedía disfrutar plenamente de esa existencia que pronto dejaría de ser. Estaban esperando un nieto y temía no poder llegar a conocerlo. Pero ahí sí la suerte le tendió una buena mano, estirando un poco una vida y anticipando el nacimiento de otra.
Pudo así pasar todo un día de indescriptible felicidad junto a su nieto, colorado y arrugado, pero hermoso. Y esa noche supo que el círculo ahora estaba completo. Con su satisfacción plenamente colmada, se diluyó el resto de su vitalidad en la quietud de la madrugada, dejándole una sonrisa en los labios.

Ahora Belisario sintió que se detenían. El murmullo de varias voces le indicó que ya habían llegado. Su buena esposa e hijos, como no podía ser de otra forma, habían cumplido su voluntad al pie de la letra. Supo que de un momento a otro Emilio abriría la tapa de la urna para esparcir sus cenizas sobre el río, cualquier río. Le daba igual. Los ríos siempre se le habían antojado como el fluir de la vida misma. Antes de mezclarse para siempre con las aguas pardas,  un postrero pensamiento confirmó la gran beatitud con que dejaba este mundo: “No estuvo tan mal para sólo un puñado de cenizas...”

 

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