Escritores
Alba
 
 

Su profesora tenía una inmensa paciencia con ella, aunque por dentro más de una vez le arreciaran las ganas de saltarle los dientes, sobre todo cuando veía como sus compañeros estaban atentos y se esforzaban por realizar bien los ejercicios, mientras la tía con su voz de pito “ponme un cero si quieres,me la pelan las faltas de orden o qué bien así me voy un par de días para casa”.  Sobre todo sentía ganas de estamparla contra la pared cuando con infinita crueldad se reía del pobre Antonio “tú eres muy tonto jajajajaja vaya mierda”, porque le interesaban los dinosaurios y la historia; o cuando desaparecían los móviles en el recreo o cuando se percató del repentino conocimiento por parte de la clase sobre cubatas de Bacardi y CocaCola,  marcas de tabaco, por no hablar de otras crueldades peores e innecesarias que tienen que sufrir los niños, en unos años de construcción del ego en los que nadie está preparado para nada, y cualquier golpe que le den puede ser definitivo para la conformación de la personalidad o la destrucción de una autoestima sujeta con tres hilitos de estaño. Un buen día, la profesora mandó de deberes una redacción cuyo tema era: la alegría o el disgusto más grande de mi vida. Al día siguiente todos habían traído su ejercicio menos la puñetera de siempre.  En aquella clase se leyeron trocitos de vida muy hermosos: historias de primeras bicicletas y hasta de un caballo. De fiestas de cumpleaños donde todos los amigos lo pasaban bien comiendo hamburguesas, y de consolas de videojuegos que eran las mejores del mundo, y de excursiones emocionantes a algún parque temático. Además, la niña gilipollas debía estar medio dormida de andar toda la noche de kurda o follando con alguno o algunos de los de cuarto o quién sabe qué, porque no molestó a nadie y fue una sesión estupenda.  Sin embargo, antes de tocar el timbre el bicho disidente pareció despertar y se acercó a la profesora, y preguntó si le podía leer la suya en voz baja.

La gentil dama, disimulando que no la podía ver ni en pintura por lo cabrona que era, que hasta gustaba reírse de los defectos físicos ajenos y hacía sufrir con esta querencia a más de cuatro, cogió el rotulador rojo y se puso a la labor. “El disgusto mas grande de mi bida fue cuando mis padres me avandonaron y me dejaron con mi abuela que es muy bieja y no me quiere”  Mientras la profesora leía aquello, a la niña las pupilas se le iban convirtiendo en profundos pozos negros que incitaban a tirar dos moneditas, y su piel iba adquiriendo el color de la plata vieja. “porque que mi padre era mui borracho y a mi madre la pegaba entonzes se diborciaron”. El cabello de la niña cabrona cobraba vida propia y se ondulaba en granates, en azul marino y en violetas, y contemplar aquello era igualito igualito que ver un anochecer bello y temible en una venteada playa portuguesa. “bibiamos con mi abuela pero por la noche oiamos a mi padre pegar a mi madre y llo gritaba y lloraba mucho, y mi abuela se arto y los hecho de casa”. A la niña comenzaron a brotarle de la espalda dos alas negras brillantes y espesas, aunque la verdad que el conjunto entero producía una sensación de fragilidad muy extraña. “Yo queria irme con mi madre pero eya no me dejo y me tube que quedar con mi abuela que es muy bieja y menuda carga le dejaron mis padres”. La pequeña comenzó a hiperventilar mientras sus alas crecían y crecían, y se salían de las paredes del aula oscureciendo todo el cielo.

 
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