Algo que contar
por Fobio
Los chantas también van al cielo
 
 

fobioNinguno de nosotros podía dejar de recordar la bronca que nos daba cuando mamá se plantaba en sus trece con su opinión, respecto del mismo tema, siempre. No lográbamos entenderlo. Ni siquiera tratando de verlo desde su ángulo preferencial de madre totalmente devota a su familia.

Despotricábamos con toda vehemencia, generalmente en la mesa, cuando nos reuníamos para la cena, contra los repetidos atropellos de los chantas, atorrantes o estafadores, como se prefiera llamarlos, que en esta bendita tierra abundan por todas partes, y mamá se empeñaba en señalarnos, cada vez que tenía la oportunidad, que ellos, a pesar de sus tropelías, también debían ir al cielo. Eso nos ponía aún más frenéticos, porque no podíamos entender esa injustificada prodigalidad de indulgencia. Para nosotros era la última bofetada. Era como ofrecer la otra mejilla veinte veces seguidas sin poder hacer nada. No sólo debíamos sufrir diariamente las acciones prepotentes y malsanas de estas chantas consuetudinarios, sino que también teníamos que soportar a nuestra propia madre si no justificándolos, por lo menos apiadándose de ellos como si nada. No era justo. No viniendo de nuestra propia sangre.

Claro, todos teníamos nuestras ocupaciones afuera y podíamos ver lo que ocurría en la calle, en la oficina, el taller o la universidad. Pero mamá era ama de casa y salía muy poco; únicamente para hacer las compras, ir al cementerio, visitar alguna amiga, cuidar algún conocido enfermo o asistir a sus clases de macramé. ¿Qué podía saber ella de lo que pasaba en el mundo que la rodeaba, si vivía en una nube?  La posibilidad de que ella se topara con uno de esos inmundos personajes era casi inexistente.

Además, no entendía nada de política, medio en el que estos vividores ventajeros proliferan como hongos a la sombra en un día lluvioso. Su preocupación mayor era el aumento de precio de las cosas, sin llegar a deducir que esto era también causado por la nefasta intervención de los oportunistas mediadores, terceros que se metían como liendres en el camino que cualquier artículo recorría desde el productor hasta el consumidor, “empiojando” todo y agregando al proceso natural uno o más escalones innecesarios, que los hacían enriquecerse sin siquiera levantar un dedo, sólo especulando. Además, como todos en casa contribuíamos con las finanzas hogareñas, nunca le faltaba dinero para comprar lo que considerara conveniente. Así que, por más que protestara un poco por la inflación, nunca alcanzaba a comprender la gravedad real de lo que ocurría.

 
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