Ricardo Videla Cáceres “Richard”, un poeta nacido en la provincia de Entre Ríos, Argentina. Siendo aún pequeño se radicó con su familia en Buenos Aires, una impresionante ciudad que le enamoró, según sus palabras. Creció en el mítico barrio de La Boca, envuelto en los colores que les legó el maestro Quinquela Martín. Estudió en una escuela de dibujo, donde conoció a su gran amigo, Gustavo Silva (Taviro), un gran poeta y artista, que ha pasado también por ZK. Con sus 51 años, además de ver la vida de esa mágica ciudad que le inspira lunas y lluvias con tristezas de tango a través de sus letras, la recorre a diario en su taxi, trabajo que le permite comprender el sentir que vibra en su gente. Razón que le entusiasma y motiva a seguir escribiendo poesía como a los 17 años, cuando en un bar con el maestro Gustavo “Taviro” Silva, comenzaron a “garabatear sueños que no se animan a despertar”. Hoy en día en Quieroquemeleas.com, tiene junto a muchos otros autores, la posibilidad de hacer conocer su trabajo literario. Pero el comienzo de Richard, el verdadero amor por la literatura, tuvo como punto de partida el haber leído a los poetas franceses del surrealismo como Paul Eluard, Antonin Artaud, Andre Bretón. Otro detonante, fue escuchar el disco de L.A. Spinetta "Artaud", cantautor argentino, uno de los pioneros del Rock Nacional, quién por su personal quehacer musical, forjó una notable brecha entre su música y lo que sonaba en aquel momento. Tanto Ricardo como Gustavo, se “rateaban” o como se conoce en España... “lataban” del cole para internarse en un bar de la Boca a escribir sus primeros poemas. Hechas las presentaciones y habiéndonos confesado los “pecadillos de escapadas de clase” nos meteremos de lleno a conocer el arte personal de nuestro amigo Richard...
¿Vamos?
LA NOCHE MERIDIANO TREINTA MIL
Dicen que la noche se levantó entre los árboles,
y que estiraba sus brazos lánguidos
negros como humo de cubierta quemada
mientras se desperezaba,
iba arrancando hilachas del ropaje pálido del atardecer
y se los comía,
en tanto el día se fundía en los pañuelos blancos
sobre las cabezas de las madres que giraban y giraban
en una plaza. A la inversa de las agujas del reloj,
el tiempo desorientado, se convertía en hojas de libros.
Acomodaba en sus senos perfumados de damas de la noche