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Taliesin
 
 

Suspiro. Al fin es su imaginación lo que más me gusta de ella. Tiene un andar difícil. Cuando reaparece en la puerta del dormitorio trae en una mano, lo que ella llama un “cafetaco” y en la otra su inseparable bastón.

—Pues mira — continua diciéndome, mientras torna de nuevo a tumbarse—,  el criscris, esta poniéndome al día de cotilleos. Se ve que el otro día, en un descanso, coincidió con una ardilla que estaba de tertulia con un avellano, y que pareciéndole de mala educación quedarse a escuchar —ya sabemos todos que las ardillas tienen un vínculo familiar con los árboles—,  tomó impulso  y se dio de bruces con una loba, que últimamente frecuenta mucho la zona; que es de la camada de la loba de la quintana, vaya el paraje en el vive ella también, sin querer se dio directa con un ojo de la loba.

De pronto, el silencio súbito hace que me vuelva  mirarla, se ha quedado callada, la veo abstraída en ese, metódico ritual de liarse el porro.

—¿Qué, y que pasó? —Le pregunto intrigada, mientras la miro. Y mi mirada dice “no deberías fumar eso”.
—Pues nada —Me contesta llevándose el cigarrillo especiado a los labios. Dilatando el tiempo un poquito más, encendiéndolo, haciéndose desear.
—Así pues... —Contesta al fin–,  también te interesan los cotilleos cotidianos del criscris. Reconoce que un criscris es un hada y te cuento el resto.
—Vale... (suspiro), un criscris es un hada.
—Espera —Me contesta—, que le digo a ella que siga y así lo voy transcribiendo al World, a ver... —Dijo mirando la caja de medicamentos— ¿Qué pasó?
«¡Pobre que susto le di! —Dijo el criscris—, ya sabemos todos que las lobitas son todas unas quejicas, no fue para tanto y además yo me lleve la peor parte. Que me doblé un ala hacia arriba y me hice daño. La lobita, que es exagerada como ella sola, soltó un aullido, pilló descolocada a la ardilla que estaba en pleno salto para llegar a otra rama del avellano y  trastabilló, cayó  y se metió un considerable costalazo. Yo aturdida y con mi ala malherida, solté un “¡¡¡demontre!!!” y claro el avellano empezó a reírse y a decir esas suficiencias que dicen los árboles. Que si qué, que acelerados sois... Si es que no habrá campo para todos. El caso es meter ruido.  La lobita, se sentó sobre sus cuartos traseros muy compungida, mientras se frotaba el ojo y me dijo a mí: ¡Jope! Criscris, siento no haberte visto, ¿estás bien? Es una lobita educada, —pensé yo—. Claro es de la camada de la Quintana, que recuerdo una vez que…»
—¡¡Criscris!! —Oigo decir con voz potente—, ¡que  te vas por los cerros de Úbeda, termina de contar que pasó! ¡No necesito el árbol genealógico de la loba, coime! Que te dispersas toda...

 
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