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Taliesin
 
 

«Bueno, retomemos —continuó el criscris—, estaba en que la lobita me pidió perdón muy educadamente y encima le pidió perdón a la ardilla, acercándose a ella y dándole un lametón que la dejo despeinada, lo cual a mí,  me pareció un bonito gesto y al avellano una cosa innecesaria.
¡Es que me he asustado! —Le contestó la ardilla—, así de pronto, el aullido... —murmuró  mientras se sacudía la cola de pequeños restos campestres—, pero no pasa nada, no me he hecho daño, no te preocupes. ¡Pues vaya! —Comenté yo—, aquí la única que casi se parte soy yo, mi alita sí me dolía. Bueno, tengo que reconocer que yo tampoco he mirado mucho antes de arrancar el vuelo.  Si es que los que voláis, nunca miráis por donde vais —Se metió por medio el avellano.  Y tú... —Le dijo  a la ardilla reprendiéndola—, no solo olvidas donde dejas guardadas las avellanas que te doy sino que además ahora cualquier cosita te despista.  ¡Claro, es lo que tiene el amor! —Continuó el avellano—. ¿Estás enamorada ardillita? —Le preguntó con voz melosa la lobita.

La ardillita se puso un poco colorada, pero no dijo nada, el que sí dijo fue el pesado del avellano, que le contestó a la lobita.¿Sabes hacer algo más que montar algarabías y hacer preguntas tontas? —Y dirigiéndose de nuevo a la ardillita le espetó—, estar enamorada no es excusa para descuidar tus labores.»

«¡¡¡Vaya!!! —Dije yo, terciando de nuevo en la conversación—, ¡qué sabréis los seres de madera de sentimientos!
—Los avellanos son muy sabios —Dijo la loba mirándome y en su mirada vi que quería cambiar de conversación—.
—Sí, muy sabios, contesto el avellano. Tanto como para darme cuenta de que bajas tú mucho de la Quintana y te pasas las tardes tumbada a mi sombra, ¿Por qué será? ¿Eh?
—¡Pues sí! —Tercié yo—. ¿Qué te importará a ti donde se pase las tardes la loba? ¡Si es que los árboles no tenéis sentimientos! —Insistí-
Noté que el avellano se estaba enfadando por mi desparpajo, también la ardillita y la lobita lo notaron.
—Bueno —dijo la loba—, cambiando de conversación, no ha pasado nada más que el susto. Ya estamos todos repuestos, he de irme que un tengo que subir a la Quintana y me queda un trecho. ¡Hasta otra, amigos!

Algo azorada se despidió. Yo me quedé con las ganas de discutir con el avellano, pero la ardillita ya estaba otra vez enredada con una avellana y haciéndole zalamerías al avellano. Parecía que nadie quería saber más sobre los amoríos de la ardilla, así que, como me quedé sin contertulios, levanté vuelo y con mi alita mala, todo fue ir volando hacia abajo con la pendiente. Afortunadamente el avellano vive encaramado en una senda muy alta y por lo menos el camino se me hizo más llevadero.

 
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