anterior
siguiente
Escritores
ZeltiaG
 
 

Estaba al final del sótano, por lo que las escaleras las tenía a unos tres metros de mi cabeza y hacia mi derecha, puesto que durante el forcejeo había quedado prácticamente boca abajo.  Me  arrastraría hasta allí y intentaría subir... como fuera.

Penosamente, puse mis brazos bajo mi cuerpo, levanté mi tronco y como un soldado herido en combate, comencé a impulsarme ayudándome con mis antebrazos.  No había recorrido ni dos metros cuando ese ruido tintineante se me acercó por detrás. Me apresuré todo cuanto pude, pero sintiéndolo demasiado cerca, sólo atiné a girarme hasta quedar boca arriba.

No me sorprendería por la espalda, ni volvería a jalarme del cabello, nuevamente. Algo se me abalanzó en la oscuridad como si tomaran carrera y escuché  como unos cascabeles que venían por el aire. Levanté mis brazos para protegerme y sentí  en mi antebrazo izquierdo un dolor agudo... ¡Algo me estaba mordiendo y desgarrando mi carne! Grité como hasta ese momento no había sido capaz.  Maldiciones salían de mi boca, y con mi mano libre le cogí, tratando de quitármelo de encima, al tiempo que apretaba su cuello...

—¿Qué mierda eres...?  ¿Un maldito perro... hijo de puta? —vociferaba, mientras el animal o lo que fuese,  se contorsionaba hincándome los dientes produciendo tanto dolor que estaba dejándome sin fuerzas,  y el resto se me iba en gritar...

Me encontraba  en plena pelea para liberar mi brazo, antes de que me lo destrozara, cuando se encendió la luz iluminándose el lugar. La extrema luminosidad de los tubos fluorescentes, me hicieron entrecerrar los ojos, ya acostumbrados a la oscuridad.

Logré distinguir voces, que provenían del piso superior,  al tiempo que se abría la puerta de entrada al sótano dejando entrar más claridad. Miré la herida en mi brazo, sangraba abundantemente,  del atacante solo llegué a ver su sombra que se ocultaba tras una pila de leña perdiéndose de vista.

Corriendo escaleras abajo mi marido e hijos, entre gritos y preguntas... Yo empezaba a marearme, en la confusión miré mi mano derecha, tenía un lazo rojo con tres cascabeles...

“¡¡No tintinearás más,  seas lo que seas... mal nacido!!” Pensé, sonriendo con aire de triunfo.
Mi esposo gritaba algo pero yo era incapaz de entender sus palabras.

—“Estoy bien, estoy bien... solo quiero descansar”.

CONTINUARÁ...

 
  menu 50