Al caer de costado, mi brazo quedó extendido justo en el paso de mi agresor, cuando escuché ese ruido pasar junto a mí, como acto reflejo, le cogí. No sé si era un pantalón... lo cierto es que, aunque era una tela sedosa, pude aferrarme con fuerza. Ahora estaba más cerca y traté de enfocarle... llegué a percibir un bulto, no muy grande. Puede que estuviese agachado, o tal vez era un enano... o hasta... ¿un niño? ¡Pero eso era imposible!, un niño no podía arrastrarme como lo hizo ese sujeto.
Al cogerlo, lo detuve en seco, lo que provocó que se pusiera furioso. Empezó a propinarme golpes al querer zafarse. El empeño que ponía, tal como lo haría un animal salvaje con un despliegue de fuerza increíble. Se retorcía, me pateaba y atizaba con tal violencia que no podía creer que fuera tan pequeño. En medio de esa lucha, me arrastró hasta la mitad del sótano. Lo bueno era que ya empezaba a ver, pues el foco había dejado de deslumbrarme.
Me dolía todo, como si me estuviesen apaleando, pero mi furia y el tenerlo asido, me daban ánimos y coraje para seguir aferrada a él mientras me jalaba hacia el otro extremo del sótano. Ese tintineo era ahora casi constante, me daba una idea de su cólera, pero ya no le temía, estaba determinada a seguir sujeta a él.
Una cosa en que había reparado y me preocupaba, era el hecho de que mi agresor no hubiera atinado a gritar en ningún momento. No decía absolutamente nada... ni profería amenazas, ni insultos siquiera. Eso era desconcertante.
Lo cierto es que no sé en qué punto de toda esa lucha, algo sucedió. Aunque sentía gran dolor en mi espalda, los brazos y mis manos estaban adquiriendo más fuerza... y ya no notaba ese molesto hormigueo. Quizás no fuera tan serio, después de todo. Con los revolcones, una serie de crujidos que me hicieron lagrimear de dolor, posiblemente habían acomodado algunas vértebras. Aunque las piernas no las movía aún.
De pronto, con el zarandeo que me estaba dando el individuo, mis piernas iban de aquí para allá, fueron a dar justo con el trípode, derribando el spot de luz. Acto seguido, se escuchó una explosión, vidrios rotos y la oscuridad.
Ahora estaba desorientada, sólo distinguía unas manchas producto de pasar de una intensa luz a la negrura absoluta... ¡y encima con el piso regado de vidrios! En los embates que daba el cretino, tratando de zafarse, se desgarró la tela a la que me había aferrado quedándome con el trozo y sin saber dónde estaba exactamente. Escuché el tintineo alejarse de mí. Giré mi cabeza en derredor, en busca de algún punto de referencia y justo en dirección donde apuntaban mis pies, vi un rayo de sol que penetraba por una rejilla de ventilación.