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Algo que contar
por Diana Ríos
Ustedes los machos y nosotras las hemrbas
 
 

LA GRAN IDEA

Ahora lo recuerdo y me resulta hilarante.  En aquel momento me creía la mujer más lista de la tierra.

Cuando mi esposo llegaba a casa, no era para nada temprano. Yo pasaba de llorar de impotencia a reír por cosas que yo misma recordaba, para infundirme ánimos. La idea era no pensar y aliviar mi dolor por todo lo que estaba pasando.

¿Qué esposo  recién casado no quiere llegar a casa para estar con su mujer? Me lo repetía muchas veces, mientras tal como una orate, mis llantos y risas hacían eco en ese departamento bello, pero tan vacío. ¿Qué hombre quiere estar en otro lugar, mientras su mujer lo espera bien arreglada  y perfumada? “Aquel que no sabe que su esposa le quiere dar una sorpresa…, quizás”.

Viene a mi memoria un día en particular, uno de tantos que mirando el reloj y sus manecillas giraban sin prisa; yo ansiosa porque el tiempo volara,  para que él llegara.  No podía más. Sólo era capaz de morderme las uñas mientras pensaba en que, probablemente, no era tan bella como las demás o era demasiado aburrida y por eso no era suficiente mujer para que él tuviera prisa por regresar a casa. Así que se me ocurrió una tremenda idea. Supuse que con lo que iba a hacer, él se asustaría y dejaría de llegar tarde. Eran las once cincuenta y cinco. Me asomé por la ventana, al ver que aún no llegaba, me quité el vestido negro con lentejuelas,  y desaté mi cabello, que cuidadosamente había arreglado  para la gran noche.Tan sólo un simple pijama rojo,  ahora sería mi vestuario.

Pensé: “Ya sé... me meto en el armario  y cuando llegue no me verá, así se asustará y saldrá corriendo, pensando adónde me he metido.  Quizás se sienta culpable de que me fui y seguro irá a por mí.  Ya verá, ¡no podrá dejar de pensar en mí en toda la noche!”

¡Sí señor! Terminada mi escena mental, convencida que mi plan era perfecto, me encerré en el closet. Donde los vestidos me cubrían casi por completo. Me acurruqué haciéndome tan pequeña entre las prendas, que nunca se daría cuenta de que alguien había allí.

“¡Ahora sí sabrá lo que es estar sin esposa!” Escuchaba dar la hora el reloj a lo lejos... tic-tac,  tic-tac.  De él... Nada. Escuche las campanadas dando las doce y media.

 
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