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Alpana
 
 

-¿Dónde está? –Grito, intentando levantarme. El médico me sujeta.
–Tranquilo, se ha dado un golpe -el médico me sujeta. Levántese poco a poco.
-¿Dónde está, quién? –Pregunta el conserje.
-¿Qué te ha pasado? –Dice mi chica.
-Esa cosa –contesto buscando por todas partes.
-Está en shock –asegura el médico. Hay que llevarle al hospital a hacerle pruebas.
-Joder, lo siento –dice el del Porsche. No pude evitarlo, se tiró encima del coche.
-¿Se marea? –Pregunta el médico.
-¡Pues claro que me mareo, no te jode…! -Contesto de mala forma.

Sigo mirando a mi alrededor buscando aquella cosa. Entonces me doy cuenta. A mi alrededor, esparcidos por el suelo, hay una bici, un radiador de aceite, una vieja cadena de música, varias cajas, una sombrilla -¡Anda, la puta sombrilla!- y hasta un televisor portátil.

-Voy a subir a casa a por la tarjeta del médico –dice mi chica. ¿Puedo ir en la ambulancia con ustedes?
-Sí, claro –contesta uno de ellos. ¿Puede andar o bajamos la ambulancia al garaje? –Me pregunta mirándome a los ojos.
-Sí, creo que sí.

Me ayudan a levantarme. Todo me da vueltas, pero puedo sostenerme en pie. Mi chica sale corriendo la primera. Los dos tipos me ponen una manta sobre los hombros y me llevan cogido cada uno de un brazo, aunque no me hace falta. Me siento relativamente bien.

-¿Y todos estos trastos? –Pregunto.
-No se preocupe –dice Mariano. Ahora los recojo yo.

Llegamos al acceso a mi escalera. Me detengo y miro sorprendido.

-¿Qué? –Me pregunta alguien.

La puerta está en su sitio, intacta, como si no hubiera pasado nada. No logro entenderlo. Miro hacia atrás, buscando el televisor. Ahí está, en medio del garaje. Y entonces, durante un par de segundos, un tembloroso destello me amenaza desde el fondo de la pantalla.

-Vámonos. Deprisa.

Alpana, julio 2010

 
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