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Alpana
 
 

Di dos puñetazos desesperados sobre la botonera. Al fin el ascensor se cerró y empezó a subir en el mismo momento en que el monstruo aparecía en el rellano. No había recorrido ni medio metro cuando el enorme cuchillo de cocina que tanto parecía gustar a aquella cosa se hizo paso entre las puertas metálicas, hizo un giro separándolas, y finalmente las abrió del todo. El ascensor se paró.

“Ascensor averiado… Llamando a… conserje. Por favor… espere” dijo la metálica y femenina voz del aparato.

El monstruo, al oírlo, se detuvo un momento. La televisión portátil que presidía su centro como si fuese un enorme ojo biónico se giró hacia el altavoz del ascensor. Luego se giró de nuevo hacia mí y lanzó su brazo, taladradora en ristre, directo hacia mi cabeza. Apenas tuve tiempo de apartarme unos centímetros, aquella cosa pasó tan cerca de mi oreja que sentía el remolino de aire que originaba la broca al girar a tres mil revoluciones por minuto. Se quedó clavado en la pared del ascensor y aproveché el momento para gatear y escabullirme por entre sus patas.

Intenté subir por las escaleras, pero en seguida logró desatascar la broca y cerrarme el paso, al tiempo que me lanzaba un tajo carnicero con el cuchillo. Salí corriendo de nuevo al garaje. Miré atrás un segundo, aquello parecía aún más grande que antes, creo que las puertas se iban uniendo a su estructura según pasaba sobre ellas. Volví a mirar al frente justo para ver cómo se me echaba encima –más bien era yo el que me echaba encima suyo- el precioso Porsche Carrera 4 amarillo del vecino del segundo. Haciendo gala de una agilidad desconocida por mí hasta ese momento, logré pasar rodando por encima del capó, pero ya no pude evitar que a continuación una dura y gris columna de hormigón golpease mi cabeza –en este caso estoy seguro de que fue ella la que se me echó encima, y no al contrario. Caí al suelo redondo y todo se volvió negro, negrísimo. Oscuridad, vacío, me duele la frente, oigo voces lejanas, no entiendo lo que dicen. No veo nada… ¡Dios mío, no veo!… Ah, no. Que tengo los ojos cerrados. Los abro poco a poco. Bueno, abro uno, al otro no le da la gana obedecer. Un leve resplandor, las voces se acercan, suenan preocupadas y una de ellas… la conozco. Es de mi chica.

-Se está despertando –dice ella.
Su voz suena más alegre que hace unos segundos.
-¡Cari… cariño, despierta!

Abro el ojo del todo, tardo unos segundos en enfocar la imagen. Hay poca luz. Mi chica, el conserje, el vecino del Porsche, dos tipos que no conozco con chaquetas rojas que llevan una cruz blanca.

 
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