Se levantó de un salto, mezclándose al instante en el entrevero y evaluando la grave situación de un solo vistazo. Los casacas rojas estaban por todos lados y la lucha era cuerpo a cuerpo. Venancio llegó a considerar esta situación como algo favorable. Combatir con los ingleses a distancia era letal. Casi todos ellos estaban equipados con armas de fuego que ocasionaban numerosas bajas a los defensores. Pero así, en la lucha hombre a hombre, sus enormes mosquetes Brown Bess eran más bien un estorbo que una ventaja y los rioplatenses hacían todo lo posible para aprovechar al máximo sus disímiles elementos de combate. En un momento de gran confusión, un corpulento inglés pelirrojo, que parecía haber perdido sus armas y su gorro en el fragor de la lucha, echó una cuerda por sobre los hombros de Venancio y le dio un tremendo empellón que lo hizo rodar por el suelo. Antes de que pudiera intentar levantarse, el británico lo tomó de una pierna y comenzó a arrastrarlo de espaldas con violencia y rapidez. El criollo se debatió furiosamente para librarse de la férrea sujeción de su enemigo, contorsionando violentamente su cuerpo enlazado, mientras pataleaba con todas sus fuerzas.
Venancio profirió un grito de dolor al golpear bruscamente su pie contra un borde duro. Incorporó su torso a medias, notando que tenía los brazos y las manos enredados en el grueso paño de un cubrecama. A pesar del ambiente frío de la habitación, estaba sudando profusamente. Permaneció un rato inmóvil, respirando agitadamente con la vista fija en el cielo raso, tratando de ordenar sus tumultuosas emociones a fin de poder distinguir la realidad de la increíble fantasía.
Volteó la cabeza con desconfianza a uno y otro lado de la cama, temiendo encontrar allí a su corpulento agresor, pero no había nadie más. Por lo que pudo apreciar, ésta parecía ser su casa y por ende, él tenía que ser García. Sin embargo, las vívidas imágenes de la pesadilla que acababa de padecer, tan frescas y reales en su psiquis, continuaban repitiéndose caprichosamente una y otra vez en su imaginación con absoluta nitidez. Al cabo de un rato, el familiar ambiente de su dormitorio se impuso para reafirmar un poco su mermada seguridad. Lentamente pudo ir recuperando la calma al comprender, ahora con más certeza, que todo había sido un sueño asombroso. Un fenómeno que lo indujo a experimentar sensaciones tan extremas, que jamás hubiese fantaseado con sentir en la vigilia.
Mientras posaba los pies sobre el suelo, aún con cierto recelo, pero decididamente más sereno, unos súbitos golpes en la puerta de entrada, propinados repetidamente con severa intensidad, demudaron el rostro del señor García hasta una cenicienta palidez mortal.
Jul. 23, 2010