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Fobio
 
 

Durante la marcha, el aire invernal frío y húmedo, calaba hasta los huesos de hombres y bestias. El camino barroso y difícil de transitar, estaba cubierto por una densa bruma que sólo dejaba ver unos pocos metros en cualquier dirección. Las cabalgaduras resoplaban por sus ollares y belfos, lanzando nubes de vapor que se confundían con la niebla algodonosa que flotaba alrededor. A primeras horas de la tarde llegaron a destino. Después de estudiar el terreno detenidamente, eligieron apostarse en una hondonada boscosa para comer algo y descansar un poco. Venancio devoró con ganas varias galletas de grasa que aplacaron momentáneamente su hambre. Como no había otra cosa que hacer más que esperar, se tumbó sobre la tierra blanda del pastizal. El cansancio y la tensión de las últimas veinticuatro horas pronto se impusieron al estado de alerta general de sus sentidos. Lentamente, todo a su alrededor se fue esfumando hasta que se hundió en la completa inconsciencia de un oscuro abismo onírico. Alarcón, parado sobre un tronco cercano para otear el horizonte, consultó su reloj de bolsillo. Las agujas señalaban las dos de la tarde.

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El señor García no tenía forma de saber durante cuánto tiempo permaneció dormido. Supuso que pudo haberlo despertado cualquier cosa, menos el estruendo de cañonazos a la distancia y una batahola descomunal a su alrededor. Se irguió sobresaltado y totalmente aturdido por la confusión reinante. Varias personas greñudas, vestidas con sucios harapos que usaban a modo de ponchos, blandían armas amenazadoramente y se desgañitaban gritándole cosas que no lograba entender desde varios puntos a su alrededor.

Un militar, que por sus ropas y actitud de liderazgo parecía estar a cargo, lo conminaba a la acción con alaridos y enérgicos ademanes exaltados. El problema era que no entendía qué demonios era lo que los demás esperaban que él hiciera. Vio venir al supuesto jefe como una tromba en su dirección y sin que mediase ningún comentario, éste le propinó una feroz bofetada que lo hizo caer en cuatro patas. Mientras trataba de incorporarse, completamente aturdido por el golpe y viendo de reojo como el otro se alejaba bramando órdenes a diestra y siniestra, escuchó los primeros disparos muy cercanos. De repente, todo aquello empezó a tener sentido, y en su mente, esos fragmentos de cruda realidad encajaron como piezas en un rompecabezas.

En un relámpago de lucidez, Venancio recordó quien era y por qué estaba allí. También recordó su extrañísimo sueño, sobre un pobre tipo, un tal García..., si..., eso era..., García, cuya vida insustancial y anodina transcurría en un futuro tan lejano, que le parecía imposible haber logrado concebirlo, aún en sueños. Un sueño tan real, que su enmarañada trama derrotista consiguió retenerlo atrapado bajo su influjo por varios minutos luego de haber despertado.

 
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