Con desesperación busqué el maldito botón de llamado. Siempre estaba encima de uno, ahora no lo encontraba. En mi mano aún tenía el lazo con los cascabeles, así que los empecé a rebolear para atrás buscando que se engancharan en algún cable.
Cada vez que lo lanzaba hacía ese ruido insoportable y en mi mente se proyectaban los momentos de la terrible lucha en el oscuro sótano. Mis piernas seguían subiendo, provocando un dolor terrible y la incómoda postura, me dificultaba respirar y para colmo, las varillas de acero del corset se me hincaban en los muslos.
Los cascabeles engancharon en algo, tiré y apareció el maldito botón que accioné sin darle pausa. Enseguida se escuchó a alguien que corría por el pasillo y al abrir la puerta.
—Válgame Dios, qué puede ser tann! ¡Pero qué le ha pasado, santo cielo! ¿Quién ha hecho semejante salvajada? —Preguntó con desesperación la enfermera—. ¿Había alguien con usted?
—¡No! Dolor... ¡Bájeme, por favor! —Contesté sin aliento.
Cogió las manivelas y enseguida me devolvió la posición de las piernas y me volvió a poner a la altura correspondiente el cochón. Me quitó las pesas del cuello y pude reposar en el colchón nuevamente. Me acomodó la almohada.
—Esto solo no pasa. Dígame si ha estado alguien aquí.
—No vi nada, estaba adormilada y cuando desperté estaba así. No oí ni vi nada. La cama sólo se movía. Ya sé que creerá que estoy delirando... pero usted preguntó, para el resto ¡no vi nada! No quiero pasar por loca.
—Comprendo. Pero entienda que para mí es una responsabilidad. Deberé avisar a seguridad y reportarlo al cirujano, querrá saber si ha tenido alguna lesión.
—Yo no vi nada —respondí con serenidad.
CONTINUARÁ...