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Algo que contar
por Diana Ríos
Ustedes los machos y nosotras la hembras
 
 

Qué raro me sonaba todo eso: No cabía en mi mente que la persona que dice quererme me lanzaba tales agravios.  ¿Acaso sería su manera de expresarse? ¿Realmente me merecía todo ese desprecio?

La indignación cedió al dolor, las lágrimas brotaban sin cesar, y cuánto más lloraba, su enfado crecía.

—Lo que pasa,  es que eres una inútil y además idiota, ¿no sabes que me tengo que  atender el negocio?  Y mira nada mas..., haces la escenita y  luego empiezas a llorar. ¿Para qué lloras? Eso me da más coraje, ¡si no te he hecho nada y tú llorando! ¡Déjame irme a dormir,  hazte un lado!

Me aventó, tal vez no lo hizo con fuerza pero dada mi complexión pequeña, fue como si arrojara una muñeca de trapo a un lado.

En ese momento recordé las palabras de mi padre acompañadas de sus lágrimas en su rostro, algo nada habitual en él.  Era un hombre muy enérgico,  de carácter, se conmovió profundamente,  cuando me dio la bendición, después de haber firmado ese papel que me hacía la esposa del señor Salvador Aguirre. Sus palabras resonaron en mi cabeza:

“Hija espero que todo lo que esperas de un matrimonio, lo puedas tener y que seas tan feliz como te lo imaginas.” En ese momento, no comprendí el alcance de su emocionado mensaje.
Entonces, como si hubiera tomado coraje, a base del enfado que crecía en mí, le inquirí: 

—¿Por qué me avientas? Si soy una mujer y tú tienes más fuerza como para lastimarme?
—¡Como eres exagerada, si solo te toqué!
—Pues a mí no me arrojas (ahora el ambiente se caldeó, peligrosamente,  y sin pensarlo, me transformé en una hembra gritona).

La vocecita en mi interior me decía:  “No te dejes,  no te dejes avasallar”,  Rosita si te dejas ahora, siempre  lo hará! ¡Pues, claro que no me dejaré! Entonces, lo aventé  también con mi enojo por delante.

Las cosas se salieron de control. El macho indignado, se encolerizó, dejando claro que eso no quedaba así.  Aún ahora puedo recordar sus ojos rojos, llenos de coraje y me dijo:

—¡A  mí nadie me avienta, pendeja!  Todo se tornó más violento, porque yo muy hembra, también me defendía. Ahora era una lucha encarnizada entre animales feroces que no estaban dispuestos a ceder terreno.  Lidiando para ver quién vencía.

 
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