—¡Pues a mí tampoco te atrevas a empujarme otra vez!
Pero estaba vez él reacciono más fuerte, y con tan solo una mano me reboleó hacia la pared dando de lleno con la cabeza. Aún sin pretenderlo, la impotencia ante semejante ultraje, me arrancaba lágrimas de dolor y rabia y en mi interior gritaba: ¡Qué mensa eres! ¿Así te dejarás tratar? De modo que corrí hacia la puerta, para que no se fuera y le grite como jamás había vociferado a nadie:
—¡Tú no vas a maltratarme más, eso nadie me lo hace! —él solo reía, provocando más ira en mí. Sin pensar en mis actos, volví a darle otro empellón, con el resultado que me golpeó en la cara y jalándome de los cabellos una y otra vez, me tiro en la cama.
—¡A ver si con eso tienes! —me gritó con gran cinismo.
No podía creer que toda esa impaciente espera terminara así, y con lástima no iba a reaccionar eso era seguro. Salí corriendo hacia la cocina, tan rápido que no me detuve a replantear nada sobre mis acciones.
Solo corrí, cegada por la furia y tomé lo primero que encontré. ¿Adivinen qué fue? ¡Un cuchillo! Sí, un cuchillo con el que yo le recalcaría que no me volviera a poner la mano encima y pelearía hasta que entendiera que tenía dignidad. En ese momento, me pareció que para mi defender mi dignidad tenía que luchar como una mujer valiente para que jamás volviera a suceder semejante atropello.
—¿Qué? ¿Crees que me vas a asustar? ¡Pues fíjate que no me asustas! —Con desparpajo riéndose y provocando, me estaba denigrando más, cosa que me enfurecía doblemente, pues todo eso jamás debió ocurrir, si tan solo me hubiera dado un abrazo y hubiera mostrado un poco de amor. De repente, se abalanzó para pegarme de nuevo y quitarme el cuchillo.
Pero eso no debía ocurrir, pensaba. Si me quitaba el cuchillo ¿qué pasaría? Seguramente me pegaría más y no lo iba a soportar. Mi reacción fue hacer movimientos amenazantes con el cuchillo, con la intención de que entendiera que iba en serio.
—¡Jamás olvides que soy mujer y que sea la última vez que tratas de pegarme! —Dicho eso, él acercó bruscamente su mano, rosando con el cuchillo cuando intentaba quitármelo, provocándole un pequeño corte. Al verse sangrando me dijo…
—¿Ya ves mensa, todo lo que has provocado? —Se fue al baño, se lavo la mano y lo último que me dijo fue: ¡Tú estás loca! Después se hizo un terrible silencio.