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Escritores
Mateo
 
 

—¿Usté sabe leer bien, m’hijo?

Con diez años, no era un as de la lectura, pero el amor propio puede más así que respondí con un:

—¡No faltaba más, Don Eusebio, le leo lo que quiera!

Don Eusebio metió la mano en su camisa y sacó un paquetito envuelto en una hoja de diario, más que sin color por los años. Dentro, había un libro tan viejo como el diario del Martin Fierro, y me dijo:

-Toma, léeme gurí.

Así que sin poder rehusarme, por ese orgullo del cual me arrepiento, empecé a leer.

—Aquí me pongo a cantar, al compás de la viruela…
—¡No, mocoso, lea de nuevo! —me dijo en tono medio seco y yo, que jamás había visto la palabra vigüela, volví a cometer el mismo error.
—¿No era que sabe leer, pincho? ¡Vigüela, ahí dice vigüela, la guitarra de los hombres de campo! La viruela é una enfermedad.

Intenté despistar mi vergüenza con “¡Ahh bueno Don, no conocía esa palabra! Pero un brusco “sigue leyendo”, me cortó toda explicación.

—Vengan santos milagrosos. Vengan todos en mi ayuda
que la lengua se me anuda…
—Añuda, m´hijo, añuda...
¡Ahí sí, dije es la mía!
—¡No Don Eusebio!, hay un error en el libro.  Es anuda —le dije, mientras le pasaba el libro tal cual lo tenía, lo que hizo que él lo tomara al revés—. Fíjese...
 
Y comenzó a leer con aire autosuficiente: “Que la lengua se me añuda y se me turba la vista…”

Ahí me di cuenta, que Don Eusebio no sabía leer, que recitaba de memoria aquel libro sin dar vuelta las hojas, seguía recitando a pie de letra. Esa tarde escuché extasiado todo el Martin Fierro que salía de la boca desdentada de don Eusebio como algo casi mágico.

 
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