anterior
siguiente
Escritores
ZeltiaG
 
 

Me vi, en medio de la oscuridad del sótano, la lucha, ese sonido... ¡Eso era una soberana insensatez! Sólo se trataba de un muñeco, un espanto de títere, pero un objeto inerte.  Presté atención a sus piernas. El pantalón estaba rajado en su parte inferior y le faltaba un trozo de tela. Semejante al que ahora tenía en mi mano. Lo atraje hacia mí, solo fue acercarme para verle una hilera de dientes astillados manchados con sangre seca... Empecé a temblar. No era racional siquiera pensarlo.

No sé si era producto de mi paranoia o seguramente debía estar alucinando, pero vi al muñeco girar su cabeza hasta quedar con su mirada inerte fija en mis ojos. Sin darme tiempo a reaccionar, se me lanzó a la cara. Con sus pesados zapatones y gran fuerza bruta me propinaba patadas.  Apenas si podía evitar sus embestidas, no quería que me rompiera la nariz. Con desesperación lo mantuve tan lejos de mi rostro como mis brazos me lo permitían. Vi con terror que,  como un animal salvaje, abría esa horrible bocaza para morderme nuevamente. Fue cuando obré sin pensar.

Con la mano derecha le cogí de uno de sus pies, mientras que con la mano izquierda me saqué la cincha  de la barbilla y la bajé con gran esfuerzo por la resistencia que presentaba su peso. Le enganche el zapato y solté.

Los contrapesos hicieron el resto  catapultando hacia atrás al cretino payaso. El estallido de cristales rotos me anunció que mi odiado atacante de madera acababa de traspasar el ventanal que se encontraba detrás, ligeramente a mi derecha. Aunque no pude verlo con mis ojos, con la velocidad con que salió, no me fue difícil adivinar su dirección: en medio de la avenida.

Está de más decir que semejante escándalo, alertó a todo el personal del piso. Incluso pacientes que deambulaban con sus visitas, no tardaron en aparecer para curiosear acerca de lo sucedido.

Yo, por supuesto... no vi nada.

Quedé acostada, con mi torso medio torcido en la cama y sin las pesas de mi cuello. La enfermera vino corriendo hacia mí. Me observaba con ojos desorbitados. Creo que esperaba encontrar un cadáver.

—¿Ahora qué ha sucedido? ¿Se encuentra bien? ¡Ya sé, seguramente no vio nada!

Me abrumaba con sus preguntas, sin darme tiempo a responder. La última pregunta fue sarcástica. Lo noté en su tono y esa expresión de: esto no va a quedar así.

 
  menu 97