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ZeltiaG
 
 

Gracias al gentío que se había congregado a nuestro alrededor, se olvidó de seguir inquiriéndome. Miró con extrañeza el ventanal roto y luego el piso regado de cristales. De inmediato, a viva voz sacó a todos los espectadores del cuarto, llamó a un camillero y le ordenó que me trasladase. Una vez instalada en mi nueva habitación, aseada y acicalada me preparaba para recibir a mi familia. Pensaba una y otra vez, qué le diría al pequeño Ricky acerca de su payaso. ¡Maldito muñeco del infierno! ¿De dónde había salido semejante monstruo? Eso era paranormal y no le encontraba ninguna explicación coherente.

De todas formas, ya todo había pasado y esa noche,  podría dormir tranquila.  “Seguro terminaron pasándole cantidad se vehículos por arriba”. Mientras pensaba en lo sucedido, esbocé una sonrisa de triunfo justo cuando, tras oír unos pasitos ligeros vi abrirse la puerta. Mi familia había llegado a visitarme.

Tratar de hacerle comprender al pequeño Ricky que su amigo Clowny no volvería jamás. Que sencillamente “había saltado por la ventana, sin darme ninguna explicación”... fue algo desgarrador y muy duro para el niño. Siempre pensé que a los niños nunca se les debe mentir y de alguna manera, esa era la pura verdad. Fue una de las verdades más extravagantes y terribles que me tocó decir en la vida. Claro, además de la vez en que tuve que revelarle a Tom que Willy, su pecesito de colores, terminó “libre”, pero en el estómago de Oggy, nuestro gato. Lo cierto es que la escena fue extenuante por demás. Pero al final llegó la calma gracias al milagro de la “negociación”.  Cuando le mencioné que una vez que estuviera repuesta, iríamos a la juguetería para elegir el Predator o quizás hasta un Alien con sus bebés, algo insistentemente pedido desde hacía tiempo, sin resultados por mediar un rotundo “No” por mi parte. Sin embargo, los puntos de vista cambian.

“Visto lo visto, nada podría ser peor que Clowny”.  ¡De eso estaba muy segura!

Pasaron las semanas y mi rehabilitación dio muy buenos resultados: ya estaba caminando. Sin embargo una sombra de dudas me perseguía. Algo me tenía angustiada, pero no sabía qué. El no estar segura de lo que había sucedido exactamente con el espantajo, me inquietaba.  Había que reconocer que eso, fuera lo que fuese,  estaba vivo. Lo había visto con mis ojos, ¡aunque jamás lo admitiría!

Mi casa volvió a su ritmo de “normalidad”. Por fin podía andar con más libertad. Tan sólo utilizaba el corset en la zona lumbar y un bastón, en vez de las muletas para caminar.  Me sentía superada. Con la ayuda de la señora Mildred,  podía realizar algunas tareas del hogar. Mis hijos estaban encantados porque les había prometido que para festejar que ya podía andar mejor,  les haría un pastel y una deliciosa cena. Prepararía la tarta de merengue con nata, que tanto les gustaba. Ya estaba en condiciones de pasar algún tiempo en la cocina.

 
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