Escritores
Celi
 
 

Por mi embotada cabeza pasaban imágenes y más imágenes, a una velocidad que no era capaz de retenerlas y en cualquier caso ese era el último esfuerzo que estaba dispuesto a hacer, no se trataba de entender, ni de saber nada de repente, no existía revelación ni nada parecido, había sido como ver un pedazo de un tiempo que no pertenecía al tiempo, que en absoluto tenía nada que ver con él, de nuevo me encontré en mitad del ring, con aquella sombra frente a mí que alargaba sus brazos hasta golpearme, sentí su cuerpo contra el mío, oí su voz diciéndome que me iba a destrozar, que iba a acabar conmigo, entonces le aparté con los dos antebrazos y pude ver como se balanceaba, su rostro hinchado, sus ojos casi cerrados, me debí quedar así un instante, el tiempo suficiente para que me diera aquél tremendo golpe que me tumbó sobre la lona, con el protector a medio metro de mi boca y mi cabeza a miles de kilómetros de lo que había sido mi cuerpo.

Entreabrí un ojo y pude ver los labios del árbitro contando sobre mí, su mano iba marcando un ritmo simple, lento y me fui levantando hasta volver a estar de píe, frente a aquél tipo que lanzaba sus puños en el aire y me miraba fijo, como un perro rabioso. Comencé a moverme por el ring, le esquivaba, le miraba a los ojos y pensaba el por qué de todo aquello. Me enfurecía el rugido que venía de las gradas, las palabras a medias, el sudor, las miradas, cuando vi aquellos ojos que me miraban ciegos y aquel puño de nuevo salir desde aquel cuerpo y estrellarse en mi cara, no llegué ni a caerme, escuché la campana, me fui a mi rincón, me senté y dejé hacer. Dejé hacer lo de siempre, el agua, la toalla, el escozor, algún que otro consejo, pero mi cabeza estaba ya pendiente de otra cosa, quería entender aquello, quería saber por qué me enfrentaba a aquel tipo que no había visto nunca y me ensañaba y él también se ensañaba, es cierto que la gente estaba muy excitada, jaleaba, pero no podía ser tan sólo eso. Sin el tiempo preciso de darme explicaciones, me levanté de nuevo y me encontré ante él, de un modo inexplicable comencé a golpearle con una brutalidad innecesaria, su cabeza cayó sobre mi pecho, sus dos cejas sangraban, y al mirarle sentí que ese rostro dolido, tumefacto, empapado, era igual que mi rostro, que en realidad yo estaba acabando conmigo, que no existía aquél otro que me hicieron creer, que era yo simplemente. Que sólo luchaba contra mí y era capaz por eso de darle aquellas hostias, de sentir en el fondo algo muy parecido a ganas de matarlo y saber que era a mí empeoraba las cosas, le daba con más ganas, ya se habían acabado las contemplaciones, era una lucha descarnada. A pesar del griterío que lo llenaba todo, yo me sentía tan solo que sólo tenía ganas de seguir, y ahora ya daba igual quien fuese el que pegase, no me dolían los golpes que le daba y tampoco sentía los que me daba él, la indolencia era ahora lo que me mantenía, no era fácil pensar en medio de aquél caos, pero sentí algo parecido a una respuesta cuando de nuevo un guante se me clavó en la cara como un cristal borroso, mientras yo golpeaba con el puño derecho el cuerpo de aquel hombre que era yo. No sé si caí primero o cayó él, no recuerdo el momento en que dejé de oír los gritos, las patadas, los silbidos, hacía ya algo de tiempo que el exterior había dejado de importar, había entendido que estaba allí, bajo aquella luz, solo, conmigo o contra mí, pero desesperadamente solo.

 
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