De nuevo me encontraba sentado en mi rincón, el entrenador hablaba y hablaba, pero yo no oía nada, no oí la campana, pero sí pude sentir como me empujaban de nuevo al ring mientras me levantaban de la banqueta que rápidamente desaparecía bajo las cuerdas.
Allí estaba de nuevo, mi cabeza la llenaba un rumor sordo, sentí un nuevo golpe en la cara que hizo que mi cuerpo cayera otra vez sobre la lona, pero esta vez no pude levantarme, veía unos pies moverse frente a mis ojos, bailar alrededor y un momento antes de perder la conciencia para siempre, pude sentir que aquellos píes eran los míos, que continuaba allí, bailando sobre la lona, de píe alrededor del cuerpo de un hombre que se encontraba a punto de morir.
EL PARTISANO
Observaba su boca abriéndose y cerrándose, su poblado bigote que le proporcionaba un aire de seriedad que, al menos para mí, ayudaba a darle credibilidad a cuanto nos decía. No prestaba demasiada atención a lo que nos contaba, sus palabras quedaban siempre en segundo plano, sonando como un rumor por detrás o por encima de su boca o sus gestos. Éramos un grupo heterogéneo dispuesto a seguirle a donde fuera, a hacer, no me digáis por qué, todo lo que nos pidiera.
Aquella tarde nos había hablado de un tren, de unas vías que llevaban a la ciudad y de un convoy que pasaría a una hora que él sabía exactamente, por un lugar donde nosotros debíamos impedirle el paso, repartió las cargas explosivas y nos dio sus últimas instrucciones, era curioso el modo en que todos acatábamos sus órdenes sin rechistar, la verdad es que estábamos dispuestos a hacer cualquier cosa, aquél grupo de hombres y mujeres estábamos deseosos de hacer algo, lo que fuera, aunque pudiese parecer inútil e incluso absurdo, por impedir cualquier acto que viniera de ellos.
No es que nos creyésemos capaces de cambiar nada, tal y como estaban las cosas, tampoco creo que nos sintiésemos desesperados por ello pero el caso es que estábamos todos juntos en ésta batalla fantasmal, condenada al fracaso de antemano por muchos, incluyendo a algunos de nosotros, lo cierto es que no pensábamos demasiado en estas cosas cuando íbamos a entrar en acción, nos inundaba a todos una excitación parecida que nos impedía preguntarnos qué consecuencias tendría e incluso qué peligros encerraba.
Pero eso era lo de menos, lo único que contaba es que estábamos allí, juntos, un grupo de unos quince y nos sentíamos capaces de parar aquel tren y todos los trenes que vinieran después de ese, no nos sentíamos capaces de construir, es posible, pero sí capaces de impedir, de impedir que aquello continuara avanzando, de aquello que increíblemente ya avanzaba, ése era el motivo por el que estábamos allí, sólo ése.