Escritores
Talisin
 
 

Me recuerdo demasiado claramente, cogiendo la barra del cierre del cajón de los residuos orgánicos y me veo descargando mi rabia, mi frustración contra los cristales. Recuerdo aun el color del vidrio al partirse. Lo destrocé, pude hacerlo.  Me tome mi tiempo, me  vengué. Nadie echo en falta a la primita de once años de la novia. Si nosotras no cuidábamos el invernadero, no habría más invernadero... Si Ana se iba, la magia del invernadero desaparecería con ella.

Nunca me lo he perdonado. Ella se entero unos días después. Después,  ya nunca más volvimos a coincidir. Ni siquiera cuando murió la abuela, y mamá y la tía Josefina volvieron para el funeral.

El concierto de Vivaldi termino. El silencio me volvió en mí. Me incline para buscar un CD y cambiar la música, mi mano topo con el teléfono móvil.  No la puedo llamar, no tengo su teléfono, volví a pensar. Puse a Prokopiev y la sinfonía clásica me siguió llevando en mi camino. “Un kilómetro zona de descanso”, leí. Esa en la que nunca paro, porque esta a diez minutos de casa. Mecánicamente puse el intermitente y me metí en la zona de descanso. Tenía miedo, pero sabía lo que iba hacer. Ya toca, me dije. Quiero el perdón. Paré el coche, encendí un cigarrillo y busque el número de la tía Josefina en la agenda del móvil.  Mientras sonaban los pitidos de la llamada, pensé: Pero, ¿qué demontre le digo?  Antes de saber que decir, escuche su voz.

—¿ Si, dígame?  
—¡Hola tía Fina, soy Marta!  ¿Qué tal?
—¡Niña!  —Me respondió—. ¡Cuánto tiempo!  Desde navidad que no me llamas, no tienes perdón…

Una serie de circunloquios familiares y breves explicaciones. Casi ya al final, me atreví. Le pregunte lo que nunca me había atrevido a preguntarle.

—Tía Fina... ¿Me das el teléfono de Ana…?
Para Anto, con cariño.

 

 

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