Ahora le dejo con estas reflexiones, y por supuesto, con la continuación de la historia del número anterior. No he olvidado que “nuestros recién casados” siguen conociéndose, quizás descubriéndose,.  ahora sin el embriagador velo del noviazgo.

USTEDES LOS MACHOS Y NOSOTRAS LAS HEMBRAS

UN DESPERTAR
Las siete y media de la mañana, he despertado. Abro un ojo, después el otro.  Miro a un lado de mí, allí está... Mi gran amor. El ser más importante en mi vida. Al que juré amor eterno, tan dulce con sus ojitos cerrados y esos ronquiditos tan lindos (eso nos parece  cuando estamos enamoradas).

Miraba a mi alrededor y pensaba, observando  la recámara tan elegante con sus cortinas color azul turquesa, que había escogido antes de la boda, me parecía increíble.  Que todo estuviera bien... ¡Había soñado tanto con ese momento! Que nuestro despertar no se viera tan deslumbrado por la intensa luz matinal y se pudiera gozar de un rico amanecer.

Lo miraba y me inspiraba un deseo enorme de darle un beso por lo bien que se había portado el día anterior.  Habíamos platicado de todo lo maravilloso que era estar juntos y todo lo bello que habíamos rescatado  en ese viaje que se programó a Hawaii.

Esos amigos que habíamos hecho. Que nos dieran su teléfono para continuar visitándonos y quedar para salir juntos fue maravilloso. Había resultado genial, me repetía una y otra vez. Todo había sido estupendo.

¡Qué lindo  es estar casada, sentir que le perteneces a alguien! Que ese alguien te quiere, te ama,  y que tú le correspondes. Ahora le empiezas a admirar por su comprensión ante tus torpezas y sobre todo, cuando te dice cosas bonitas y elogia tus aciertos. 

¡Qué vida tan bella me ha tocado vivir!

Seguía observándolo como dormía y cómo daba vueltas en la cama.  Para mí, todo  resultaba bello, encantador.

Hasta su pelo chino (pincho.  ¡Qué ganas de tocarlo! Pero era mejor  dejarle dormir como un angelito, porque eso se merecía.