Desde las sombras surgieron rápidamente otras figuras que lo ayudaron a dominarme sin complicaciones. Estaba a punto de quebrarme. Como novato, debía compartir con los demás miembros de la hermandad las circunstancias particulares de mi llegada al grupo. Era la regla.
«Y estaba destinada, en parte, para aliviar la brusquedad del cambio y facilitar la integración al conjunto. Desde atrás, una manaza áspera y comprensiva, seguramente de Antonio, se posó en mi hombro y con un suave apretón me alentó a continuar. Lo hice, pero debiendo entrecortar de vez en cuando mis palabras por el surgimiento de algún que otro débil sollozo involuntario.
«Debo reconocer..., eso sí, que no hubo violencia desmedida.... Sólo el uso de la fuerza..., digamos... necesaria..., para retenerme contra el piso e inyectarme el tranquilizante que calmó mi incontrolable desesperación. Mi última visión..., recuerdo..., antes de sumirme en un profundo abismo de vacía oscuridad..., fueron rostros desgreñados..., apiñados sobre mí..., que me miraban sin verme desde sus ojos inertes, impresionantes, todos con pupilas cubiertas por un similar velo blanquecino y aguachento.
Ya casi lo había logrado. Me hallaba en el último tramo de mi exposición. Volví a tragar saliva y cerré con fuerza los puños dentro de mis bolsillos. Elegí lo mejor que pude las palabras en mi mente para encarar dignamente la parte final.
—Hoy ya soy uno más de ustedes en esta considerable fraternidad secreta de mendigos. Lo que pudo haber pasado en la superficie con respecto a mi familia, mis amigos, mi trabajo o mis pocas pertenencias, no lo sé y estoy seguro que tampoco me importa. Aquí aprendí a tener lo que realmente necesito y no lo que quiero por mero capricho, que son cosas muy distintas. A dejar de lado el egoísmo natural del ser humano para trabajar por el bienestar y el progreso del grupo, mis nuevos hermanos —ahora me sentía un poco mejor y plenamente inspirado por mis propias palabras.
«No pretendo manifestar que el cambio me ha resultado sencillo, ni fingir que no he llorado al añorar mi antigua existencia, o que la rápida progresión de mi ceguera, debido a la permanente oscuridad, me es indiferente. Sólo digo que comprendo, acepto y acato este nuevo orden, que se ha transformado en la verdadera razón de mi nueva vida. Eso es todo, gracias.
Un creciente murmullo se dejó oír por los cuatro costados del recinto. Pude percibir como se cerraba el círculo vivo a mi alrededor. Sentí manos que me tocaban y frases que se decían con el afán de confortarme, acompañadas por agrios vahos de alientos demasiado próximos.