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Fobio
 
 

Se dirigió al baño donde sólo fue a orinar, con el cigarrillo encendido entre los labios, entrecerrando los ojos por la voluta de humo que ascendía rozando su rostro. No se molestó en lavarse la cara o cepillarse los dientes. Quizás se daría una ducha más tarde, dependiendo de su ánimo. Fue hacia la cocina arrastrando los pies, donde encendió una hornalla y recalentó un resto de café que había sobrado del día anterior.

No pudo acordarse de la última vez que había comido algo. Sintió una urgente sensación de hambre y se puso a buscar por los estantes y alacenas por alguna galletita, bizcocho, o algo para saciar su apetito. No encontró nada. Tampoco recordaba cuánto tiempo hacía que no salía de la casa para hacer alguna compra. Maldijo por lo bajo sin mucha convicción y comprendió que después de tomarse el café, debería ciertamente darse esa ducha, para ponerse ropa limpia, si es que encontraba y salir a suplirse, por lo menos, de lo más indispensable.

Ni siquiera sabía con exactitud qué cantidad de dinero le quedaba. Seguramente debía ser muy poco, pero no tenía idea de cuánto podía ser. Una nueva oleada de extrema angustia lo invadió momentáneamente y se dijo que tendría que pensar rápido en algún plan de contingencia. Idear algo para poder conseguir unos pesos que le permitieran subsistir un tiempo más, mientras esperaba que las cosas cambiasen. A ver si alguien se daba cuenta que él, Romualdo García, estaba desesperado en su casa, aguardando..., aguardando la llegada de algún ángel salvador que lo viniese a rescatar de su miseria, a ofrecerle un trabajo, una ocupación, cualquier cosa que le permitiese recuperar su dignidad. Porque García no hacía nada por ayudarse a sí mismo.

La apatía lo había ganado completamente y sólo yacía en su casa, como en trance, esperando ingenuamente que la solución a sus problemas viniera hacia él, por el mero hecho de considerar haber sido siempre un buen tipo, y por creer profundamente que no se merecía todo eso que le estaba sucediendo. Como si en este mundo existiera tal clase de justicia...

Luego de vaciar su taza,  se sintió apenas un poco mejor por el efecto de la cafeína en su organismo. Se duchó, se afeitó y pudo encontrar algo medianamente decente para vestirse. Cuando salió a la calle, aquel barrio de Buenos Aires donde había vivido los últimos cuarenta años, le pareció un escenario extraño, surrealista.

El efecto del sol sobre sus ojos desacostumbrados, hacía que las imágenes que su vista captaba parecieran rodeadas de un halo de brillantez innatural. La falta de alimentos, le hacía pensar que se deslizaba casi ingrávidamente mientras caminaba hacia la tienda. Los sonidos le llegaban tardíamente para su procesamiento en el cerebro y se le antojaban a destiempo con las acciones que los producían.

 
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