anterior
siguiente
Escritores
ZeltiaG
 
 

—¿¿Pino?? ¿Me están tomando el pelo? Ahora resulta que me mordió un pino en el sótano de mi casa! Ahhh ¡Seguro, el de las últimas navidades por haberlo convertido en leña!
—Señora, no sé qué la atacó —me interrumpió el médico—, pero se descarta que haya sido un animal. Por ahora hablamos de restos de resina y astillas. Si la herida no presenta ningún signo de infección, en unos días apenas llevará un pequeño vendaje. De todos modos estamos aplicando antibióticos. Sólo quedarán unas pequeñas cicatrices. En cuanto a lo otro, el panorama no es tan malo como parece. De todos modos hay que esperar y por supuesto habrá mucho trabajo que hacer en rehabilitación. A causa de la caída que sufrió, se le produjo una gran inflamación que oprimía la médula espinal por la gran cantidad de líquido y sangre que se acumuló. Eso sucede generalmente por traumatismos severos. Intervenimos rápidamente, descomprimiendo la médula.  Hay que aguardar para ver los resultados. De momento sólo hemos tomado estas medidas para que queden las menores secuelas posibles. La tendré al tanto. ¡Paciencia y a portarse bien!
—¿Entonces, cuánto hace que estoy aquí? —Pregunté temiendo la respuesta—. Tengo vagos recuerdos de que quise hablar y me inyectaron algo, me durmieron.
—Hoy es su segundo día. La trajeron en la tarde de anteayer. A la medianoche entró a cirugía, le tomó más tiempo de lo habitual para despertase. Estaba en la UCI, como en una especie se sopor. Anoche recién despertó, pero en medio de una crisis a los gritos. Llegó a ponerse tan alterada que hubo que sedarla para evitar que se hiciera daño por los movimientos bruscos.
—Una cosa más, por favor... ¿Mi  marido ha venido? ¿Sabe cómo está mi familia? Necesito hablar urgente con él.
—Sí, hemos hablado esta mañana, le avisamos que ya estaba en la habitación y que por la tarde podría recibir visitas. Vendrá hoy por la tarde, probablemente con sus hijos. Quédese tranquila y descanse.

Había mucho que necesitaba saber, pero no era el momento y no quería que me doparan de nuevo. Así que para variar, hice caso y traté de dormir. Mientras estuviera inconsciente, ¡no recordaría que no podía cambiar de posición!

Por suerte después de la comida, desabrida por supuesto, me dejaron reposando la cabeza sobre la almohada. Era incómodo el fastidioso collarín, pero sin las pesas ya era un aliciente. Estaba harta y recién empezaba mi castigo. La televisión estaba puesta y por supuesto, la escuchaba como oír llover, mientras pensaba en todo lo que me había ocurrido. Repentinamente una algarabía entró por la puerta seguida de la voz de mi esposo, tratando de contener a las “fieras”.

—¡Hola mis niños! ¿Cómo están? ¿Se han portado bien? —Traté de contenerme de llorar. Se me hacía un nudo en la garganta al verlos y no poder abrazarlos.

 
  menu 75