Los tres niños hablaban al unísono. Querían contármelo todo, yo trataba se sonreír, aunque por dentro me sentía muy angustiada. No podía más que mirarlos y alisarles el cabello. Mi esposo se acercó sonriendo y me besó. Sin embargo, pude captar su impresión al verme así... sin duda que era una imagen desalentadora.
—Hola cielo, ¿cómo te sientes?
—Bien, ¡de maravilla! ¡Es que no sé qué haría si estuviera mejor! —Aunque traté se suavizarlo, otra vez mi sarcasmo afloraba sin piedad—. Perdona, es que esta postura me tiene molida y sabes cómo me pongo cuando estoy fastidiosa. ¿Cómo has estado?, ¿en casa todo bien?
—Sí, tú tranquila, que está todo bajo control.
Los niños se fueron calmando y el más pequeño se fue a la ventana y miraba hacia la calle. Mientras le hablaba a su marioneta. Mientras que los dos mayores Sam y Tom, cogieron el mando y como los niños de hoy, pusieron los dibujos en la televisión.
Mi esposo se sentó junto a la cama y con aire preocupado me inquirió qué me había pasado. Que le pareció raro el sitio en donde me encontró, que no podía haber caído por las escaleras y llegar allí, la lámpara rota, signos de lucha y en la habitación de los niños toda la ropa por el suelo.
—Si te dijera todo lo que pasó, ¡no creerías ni una palabra! Lo cierto es que ni yo sé lo que verdaderamente sucedió. Pero dime, ¿qué te dijeron los médicos? Ya sabes que a los pacientes nos tratan como a memos y solo nos dicen lo que queremos oír. ¿Volveré a caminar?
—Pero ¡claro! No pienses en ello ahora, ya sabes que estas cosas llevan su tiempo, pero quedarás como nueva. Se mostraba muy optimista el cirujano que te operó. Me dijo que habían actuado rápidamente, que se esperaba una buena recuperación.
—¡Vale, no me queda otra que creerte! —Con esfuerzo me reí, para mostrarme serena y no darle más preocupaciones—. Otra cosa, estos días en casa, ¿estuvo todo tranquilo? No escucharon ruidos raros, cosas que se arrastraban...
—Qué, hablas de cosas como ¿¿Poltergueits?? —Rió como si se tratase de una broma—. No creo, salvo que tomes a la señora Mildred como una entidad jajajjaja
—¡Bueno, podríamos decirlo así!
Sonreí ante la ocurrencia. No quería aventurarme a decirle lo que sucedió y que pensara que estaba mal de la cabeza. La buena señora Mildred, era un poco rarilla... pero muy buena persona. Venía a ayudar con las tareas de casa, tres veces por semana y de vez en cuando a cuidar los niños, si salíamos.