Algo que contar
por Diana Ríos
Ser madre... ser hija...
 
 

-Mira, además papá... ¿Para qué lo tengo?  No te ayuda en nada, tiene su familia, nunca está conmigo. Y tú,  por estar trabajando... tampoco  te tengo.  Dime mamá..., entonces ¿qué hago yo sola todo el tiempo?

Del otro lado del teléfono que había comprado para estar cerca de ellas, lloraba amargamente. Por un momento lo quise destrozar. El coraje, la rabia se habían apoderado de mí.

Lo cierto es que..., no sabía que decir. Pero por mucho que me costase, Melly tenía razón. Yo cargaba con el error al escoger mi pareja, esa que me había dejado sola en todo esto. Luché tanto porque mis hijas tuvieran emocionalmente a una madre, donde pudieran ver a un padre que no careciesen de él, ahora se volvía en mi contra. Miraron por el padre y la madre... quedó en el olvido.

En ese momento vino a mi  mente algo que a sus cortos cuatro años me dijo en su habitación.
Me miraba con esa carita inocente y apenas podía pronunciar bien sus palabras. Sin embargo era muy certera en lo que quería:

-Mamá, ya no quiero vivir aquí.  No me gusta que mi papa grite así. ¡No lo quiero!
- Hija, es tu papá. Todos tenemos momentos malos.
-Sí –respondió-, pero..., ¿por qué te casaste con mi papa si tú ya sabias como era?

En aquel momento no supe qué responder, solo quedé inmóvil y al día siguiente decidí que debía salir de esa situación. Pero ahora, escuchando sus palabras, todo se volvía en contra de mío. Ser padre, madre y mujer al mismo tiempo no funcionaba. Tenía que escoger entre todos y realmente fue difícil para mí la elección.

Mi cansancio, mi gran agobio no me permitía cumplir con los tres papeles a la vez. ¡Qué amarga situación! Lo que tanto había soñado, verla graduada,  ahora a tan pocos meses me dice que todo ha sido para nada, que no ha sido feliz. Mi cabeza seguía recordando cómo según mis parámetros de “dar felicidad”,  con una casa de muñecas comprada en la tienda más prestigiosa le regalaba una sonrisa, la hacía feliz.

Había llegado la hora donde la afectividad  y la comprensión de una madre le era más necesaria que mil pantalones juntos o ese celular tan bonito que tenía. “Mamá, ahora tienes que dejar de ser papá... para convertirte en madre”. Había llegado la hora de enfrentar la falta de esa figura materna, que por años la había abandonado, supuestamente pensando que estaba equilibrada. Pero ahí me enfrentaba a lo más temido... el sonido de su voz quebrada y sus pausas que sucumbían al llanto.

 
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