Algo que contar:
Los Pavotes (no Pivotes) de Latinoamérica
 
 
fobio

A Gandul Frijoleti Luppini, más conocido por sus íntimos como Poroto, le hubiese gustado pensar en otros temas, otras cosas, otras situaciones.
Las múltiples facetas de la vida y las circunstancias que había visto o vivido a lo largo de su existencia, le ofrecían infinito material para intentar cualquier creación literaria basada en la tristeza, la alegría, la jocosidad, la rareza, la ternura, la lealtad, la sorpresa, etc., etc.

FOBIO /
Pero lo que Poroto veía pasar a su alrededor, le impedía en cierta forma concentrarse en esos otros temas, porque esto era cosa seria. Demasiado seria e increíble para estar sucediendo. Y simplemente no lo podía ignorar. A pesar que Poroto jamás había tenido militancia política alguna, tampoco era un idiota que pudiese ver a su continente caer en la peor degradación posible desde que la historia se registra sin mover un solo dedo o, para ser exactos tres, para tomar la lapicera. Poroto era sensible a lo que pasaba en todos los países de su América querida, pero claro, el vivía y seguramente moriría en el generoso cono sur. Generoso porque nadie nunca hubiese podido saquear un país por tantas décadas consecutivas para aún hoy seguir sacándole el jugo que parece inextinguible. Valdría aclarar en este punto, que debido a la lotería del nacimiento llevada a cabo en algún cielo, Poroto era argentino.
A Poroto le habían inculcado en la escuela, y él también lo creía por pura convicción, que el voto en una democracia era algo invalorable, sagrado. Un privilegio único que tenía el ciudadano común y silvestre para que su voluntad fuese escuchada al momento de elegir sus propios dirigentes. Nunca, jamás se le hubiese ocurrido a Poroto que miles y miles de personas pudiesen vender su voto por unos miserables pesos mensuales, y no tener que trabajar para ganárselos, llevando una existencia sin mayores exigencias, pero, precisamente, miserable desde todo punto de vista. ¿Dónde estaba el ansia natural de superación de esta gente? ¿Quién podía estar conforme, viviendo en un rancho de cuatro chapas, robando electricidad y servicio de cable sin tener agua corriente o un baño funcional? ¿Dónde estaba la dignidad de esta gente que acepta que le digan que hacer y cómo vivir en vez de jugarse un poco para labrar su propio destino? ¿Y qué de su hacinamiento, la promiscuidad y la falta casi total de compromiso consigo misma? ¿Quién diablos quiere vivir así, sin trabajar, aceptando las migajas de un sandwich y un vaso de vino por concurrir a una demostración popular armada por algún atorrante sin tener la menor idea de por qué se hace? ¿Quién puede vender ese precioso privilegio de poder elegir quien lo gobierne por una frazada y unos tarros de leche en polvo? Era, reflexionó Poroto, como conformarse mansamente con la angurrienta caridad de una miserable mojarrita regalada por un pescador, en lugar de aprender el oficio de pescar.

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