Algo que contar:
Los Pavotes (no Pivotes) de Latinoamérica
 
 

De todas las áreas posibles en el espectro de una sociedad moderna: Gobierno, justicia, salud, educación, legislación, previsión social, trabajo, etc., etc. El robo, la corrupción y el enriquecimiento relámpago eran lo único que funcionaba sin fallas. Lo único que gozaba de un perfeccionamiento constante y casi sublime, indistinto e ininterrumpido a través de las administraciones de distintos gobernantes. Parte indispensable no declarada en la plataforma política de quien fuera que quisiese gobernar.
O mantienen el empleo federal de miles de zánganos inoperantes y corruptos que manejan a su antojo muchísimas facetas de la vida del pobre ciudadano común, o le hacen la vida y el gobierno imposible a cualquiera. O conceden licitaciones multimillonarias para obras públicas con sobreprecios escalofriantes al puñado de familias que concentran (y no quieren compartir) un poder económico fabuloso, o los hunden irremediablemente. O aceptan formar parte de esa (la única) bien aceitada maquinaria inmoral pero lucrativa  del robo institucionalizado, repartiendo a diestra y siniestra entre sus amigos miembros delincuentes, o deben retirarse con el rabo entre las piernas, honestos pero inocuos.
Era sumamente extraño, pensaba Poroto que ya largaba humo por las orejas, que en un país donde básicamente más de la mitad de la población es indigente, todos, absolutamente todos los dirigentes políticos y sindicales de casi cualquier rango tenían un nivel de vida infinitamente superior a sus representados en cualquier área. Sin embargo uno decía que venía de una granja, otro que era un simple chofer de camión y otro era un obrero cervecero. ¿Pero esos, viven en la mismo país o dimensión existencial que el resto de los granjeros, camioneros u obreros de fábrica? ¿Cómo podía ser que aquel señor edil, vecino de tantos años y empleado de una farmacia, se mudara repentinamente a un barrio cerrado exclusivo, con vigilancia las veinticuatro horas, que el resto de los mortales comunes no tienen, ni van a tener? ¿Cómo podía ser que su primo Pepe hubiese trabajado por treinta años turnos de doce horas diarias en su taller, para poder construirse una casa muy modesta en las afueras de la ciudad, mientras el delegado de su gremio, con su misma categoría y meses sin siquiera pisar la fábrica, vivía en una mansión en pleno centro y tenía una casita de veraneo en la costa atlántica?
Lo peor, reflexionaba Poroto, ya un poco cianótico y babeando espuma por la comisura de los labios, era que esta situación había sido tan cuidadosamente elaborada y perfeccionada con el paso de los años y el genio creador de dirigentes, que para eso tenían inteligencia y visión, que la coraza era prácticamente impenetrable. Se necesitarían décadas de gobiernos honestos en todos los niveles, que cambiaran leyes, que restituyeran un sistema judicial podrido y ridículo para el tipo común, que empezaran a considerar por lo menos al asesinato como un delito punible, metiendo preso a quien cometa crímenes aberrantes o desfalcos, sin considerar tanto sus derechos humanos, como los derechos del pobre infeliz que sufre en carne propia todas estas tropelías.

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