Escritores:
Ntsumi Ya Tilweni
 
 

Por la mano que acaricia...

Por la mano que acaricia

y hace nostálgico al hombre.
Por el hombre de justicia
que nunca dice su nombre.

Por los pies que aman la tierra
y le entregan su esperanza.
Por la esperanza viajera
que obnubila a la venganza.

Por la boca que se cierra
antes que matar un alma.
Por el alma que, en la guerra,
se pronuncia por la calma.

Por el corazón que tuvo
el arrojo de ser grito.
Por el grito que detuvo
aquel fusil asesino.

Por la letra que propone
o hace prósperos los versos.
Por los versos juguetones,
octosílabos, traviesos.

Por la fiesta de mi pueblo
en cierto día de septiembre.
Por los septiembres muertos
para que nadie celebre.

Y por la voz de mi amada
que está impregnada en mis manos,
mi mano, feliz, exclama:
¡Paz para ustedes hermanos!

 

 Las palabras del poeta...

Las palabras del poeta
son sangre y besos,
vida en carne viva.
Son funestas noches tiernas
de esfuerzos por vivir más.
Son gritos de borracho que invitan
al suicidio o a la perversión.
Las palabras del poeta son incendios,
siempre hay niños precoces detrás de ellos.
Las palabras del poeta garantizan soledad a los abandonados,
asilo a los enamorados,
consuelo a los malvivientes,
disparate y sorna para los sabihondos,
y muertes lentas, para quien las necesite.
Esas palabras, vengadoramente,
fingen la voz de Ulises
y cantan para las sirenas
mientras ellas lloran incontrolables, recordándolo.
Para las palabras del poeta,
siempre hay caminos hacia la rima,
siempre hay letras para la madre Tierra,
siempre hay mujeres en el aroma de las flores,
siempre hay alegres estampidas dentro de latas oxidadas.
No es posible protegerlas en trincheras,
porque infaliblemente se sublevan
y salen a morir matando.
Ya denuncian Abeles asesinados,
o laureles inmerecidos,
o discursos falseados
e investiduras con sangre seca.

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