En las palabras del poeta
hay casas nuevas en calles viejas,
en esas casas viven mujeres de mala nota que lucen brillantes aureolas.
Las palabras del poeta
son muchachos sinvergüenzas
rayoneando carteles dogmáticos.
Las palabras del poeta aprenden, poco a poco
(cual nietecitas cariñosas),
a hablar,
a ser buenitas
y a sonreír como la abuela.
La besé... toda...
La besé… toda,
En su cuello abierto, en su boca, mía.
La besé sin cautela
porque esa noche debía ser eterna.
Al recordar cómo se entregaba,
mis manos buscan otra vez
la suave urgencia de su piel morena,
busco sus pechos dulces
y abarco en sueños esa noche lejana.
Para no olvidarla nunca
mi ardor se embriagó con su aroma,
en su olor bueno, libre,
su olor de madrugada.
Ella maniató mis dudas
y me obsequió el secreto que más amaba.
Sus piernas me exigían ser navegante,
pero cuando las toqué, desee ser poeta.
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Para decir que eran paz y silencio,
que eran serpientes y estaban hambrientas.
Claro está, no dije nada de eso.
Mientras mis dedos le entregaban su tributo
ella decía mi nombre y su nombre me alentaba
a besar su vientre, a ahogarme en su pecho.
Y cuando sentí… Por Dios… Cuando sentí
su calidez envolviéndome,
su cuerpo produjo mi nostalgia más feliz,
porque, sin ser mía,
me entregó todos sus recuerdos,
todas sus otras noches, todas sus historias,
caricia tras caricia.
Y fue cuando se levantó desnuda
que construí mi paraíso
y la amé, así como hoy.
Hubo otros días, muchos otros recuerdos,
pero esos besos, las promesas de nuestras bocas
y el miedo a olvidarnos
sólo vivieron esa noche.
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