Relato: Señora Vieites
Cuando intenté abrir la puerta de mi casa, está no obedecía a la llave.
Toqué el timbre, primero con clama, después con impaciencia, dejando muy poco tiempo entre pulsación y pulsación.
Nadie me abría.
Con cierta preocupación aporreé la puerta con fuerza, sin respuesta.
Decidí entonces hablar con la vecina.
Atravesé la puerta de su cancilla, cuando sentí que la mía se abría, por lo que desistí en mi intención de ver a la Sra. Vieites y corrí de nuevo a la puerta de mi casa.
No llegué a tiempo y la puerta estaba cerrada cuando intenté empujarla.
Llamé de nuevo, estaba seguro de que si había alguien en casa.
Nadie contestó al timbre, y muy asustado decidí por impulso gritar. Grité con fuerza, desesperadamente, buscando las ventanas de la casa en el mismo momento que el viento se levantó silbando entre los árboles del jardín.
Mi desesperación aumentó en el momento que el primer relámpago se dibujó en el cielo, cada vez más negro, amenazaba tormenta.
Empezó a llover y mi ansiedad y angustia fabricaron las primeras lágrimas en mis ojos que se mezclaban con las gotas dulces de la lluvia que ya resbalaban por mi cara.
Busqué con desesperación de nuevo la casa de la Sra. Vieites. De camino, me crucé con su gato blanco, que me recibió con un soplido y mas erizado de lo normal (nunca fue muy sociable), pero esta vez tenía excusa, a ningún gato le gusta el aterrador sonido de los truenos, ni mucho menos la lluvia.
La Sra Vieites tenía abierta la puerta de su casa, imagino que para dejar entrar al gato. Desde que enviudó representó unas costumbres, cuando menos, muy curiosas. En alguna ocasión nos dio la sensación de que hablaba con su marido.
Aunque la puerta estaba abierta me decidí, por educación, tocar el timbre antes de entrar.
—Pasa! —Dijo—.
—Sra Vieites, ¿es usted? —Respondí—.
—Pasa te digo! ¡En la biblioteca! —Dijo más bruscamente—.
Aparté la puerta de la biblioteca y allí estaba ellas con Judas, el gato blanco. A mi presencia, Judas resopló con más ímpetu y desapareció entre mis piernas.
—¿Que sucede? —Pregunté—.
Ella me miró sonriendo y con su voz mucho más calmada dijo:
— No molestes más a tu familia.
—¿Cómo dice? —Pregunté asombrado—.
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